En 1922, Martin Heidegger, por entonces asistente de Edmund Husserl en Friburgo de Brisgovia, compuso un escrito en el cual presentaba las líneas fundamentales de una interpretación fenomenológica de Aristóteles, que venía exhibiendo en sus lecciones desde 1921. El escrito, que en la versión ahora disponible ocupa unas 50 páginas, no estaba destinado a la publicación, sino que fue redactado a modo de informe para las autoridades de las universidades de Marburgo y Gotinga, con la intención de acceder a una plaza de profesor extraordinario. Heidegger no había publicado nada desde su escrito de habilitación de 1915. Pero su fama como discípulo descollante de Husserl y como docente de talento excepcional ya se había difundido ampliamente, como recordó posteriormente Hannah Arendt, al describirlo como el “rey secreto” del pensamiento filosófico alemán de aquellos años. Entre quienes se dirigieron a Husserl para solicitarle que su asistente enviara algún escrito que estuviera listo para ser publicado se contaba el filósofo neokantiano Paul Natorp, que se había retirado hacía no mucho de su cátedra de Marburgo y conservaba su gran influencia. Sin embargo, Heidegger no tenía nada listo para publicar y se vio así forzado a redactar en solo tres semanas el informe. Lo tituló “Interpretaciones fenomenológicas de Aristóteles”, pero en la investigación especializada se lo conoce más bien como el “Informe Natorp”. La impresión que el escrito produjo en Natorp y también en Nicolai Hartmann, su sucesor en el cargo de profesor ordinario, fue lo suficientemente poderosa como para que Heidegger fuera colocado en el primer lugar de la lista de candidatos a la plaza vacante de profesor extraordinario, que finalmente ocupó desde 1923 hasta su regreso a Friburgo, como sucesor de Husserl, en 1928.
El “Informe Natorp” pasó inadvertido hasta que vio la luz por primera vez en 1989. Para ese entonces se habían publicado ya las primeras lecciones de Heidegger sobre Aristóteles de 1921 y 1922, de las cuales procedía el informe. Estas lecciones habían confirmado los dichos de Hans-Georg Gadamer, a comienzos de los 80, acerca del protagonismo excluyente que Aristóteles había tenido como interlocutor de Heidegger a comienzos de los años 20. Pero fue la obra de un joven estudioso italiano, el inolvidable Franco Volpi, la que a mediados de los años 80, antes incluso de la publicación de las lecciones mencionadas, instaló de modo definitivo en la agenda de la investigación especializada el tópico “Heidegger y Aristóteles”. Volpi era discípulo de Enrico Berti, profesor de la Universidad de Padua recientemente fallecido, uno de los más importantes aristotelistas de la segunda mitad del siglo XX. Esta procedencia, unida a su inigualable lucidez exegética, explica que Volpi haya podido lograr la hazaña de poner en crisis el consenso dominante, nadando contra corriente, ya que por entonces prácticamente nadie divisaba en Aristóteles un interlocutor principal del Heidegger que, tras adherir a la fenomenología, había dejado definitivamente atrás sus orígenes escolásticos. Por el contrario, se tendía a ver a Aristóteles, básicamente, como el filósofo de la sustancia al que se remontaba la tradición metafísica que Heidegger había sometido a severa crítica, sobre todo en la segunda etapa de su pensamiento, desde mediados de los años 30 en adelante. Frente a esto, en una serie de trabajos brillantes publicados entre mediados y fines de los años 80, comenzando por el libro de 1984 titulado Heidegger e Aristotele, Volpi mostró la fundamental importancia de Aristóteles como interlocutor filosófico de Heidegger, a lo largo del extenso e intrincado proceso de elaboración que conduce finalmente a Ser y tiempo, el opus magnum de 1927. En particular, Volpi llamaba la atención, más allá de los escritos sobre física y metafísica, también sobre la decisiva importancia de la filosofía práctica aristotélica, de la cual Heidegger se apropia en clave ontológica, con la intención de derivar a partir de ella un repertorio conceptual que permitiera hacer justicia a la irreductible peculiaridad de la existencia humana.
El drástico cambio de perspectiva producido por Volpi trajo consigo, entre otras cosas, toda una nueva ola de intentos, muchas veces meramente repetitivos y en ocasiones incluso burdos, de “aristotelizar” a Heidegger, haciendo caso omiso de las insalvables diferencias metódicas y temáticas que lo separan de Aristóteles. Poco antes de su trágico fallecimiento en 2009, Volpi tuvo la ocasión de distanciarse sutilmente de esta nueva y falaz ortodoxia, que no era sino una consecuencia indeseada del éxito de su propia obra. Contamos hoy con una base textual mucho más amplia, ya que todo el material disponible ya ha sido publicado. Están dadas las condiciones, pues, para replantear el problema de las relaciones entre Heidegger y Aristóteles de un modo mucho más diferenciado, que permita superar las simplificaciones. El centenario del informe de 1922, que ha motivado la organización de diversos encuentros científicos, proporciona una ocasión propicia para dar impulso a este necesario intento de balance.
Alejandro Vigo