Existe consenso de que en el actual escenario mundial, millones de hombres, mujeres y en especial niños padecen diariamente la angustia física y sicológica de carecer del sustento reponedor de la comida y la bebida.

La situación y sus causas debieran avergonzarnos, pero, más que hacer academia o sermón, lo que importa son soluciones para necesidades humanas esenciales. Entre ellas se ha planteado enfrentar la pérdida y desperdicio de alimentos, mermas que se producen en la cadena de su suministro hasta el destino final. Una parte de esos alimentos desperdiciados son aún aptos para el consumo humano y se abandonan por decisiones erróneas de comerciantes o consumidores. Las consecuencias sociales, económicas y éticas derivadas de esta dilapidación obligan a modificar su producción y consumo. Así lo patrocinan organismos internacionales, y países como Italia, Francia y España legislan sobre el aprovechamiento racional de dichos recursos. En Chile se han dado pasos primarios en órganos de anteriores gobiernos y del actual, y en el Congreso intervenciones y mociones parlamentarias han sido aisladas voces de alarma, sin acciones concretas hasta ahora.

La superación de las hambrunas planetarias y locales requiere respuestas inmediatas, pues aquí el presente es prioritario, más que el pasado y el futuro. Plutarco, además, sostenía que no se puede discutir con el vientre, pues este carece de oído.