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Editorial
Jueves 23 de junio de 2022
Colombia, equivocado giro económico
Aunque pueden operar factores de moderación, el programa de Petro es extremo y abunda en propuestas retrógradas.
Las proyecciones 2022 para Colombia dan cuenta de una economía que se ha beneficiado del alto precio del petróleo: de acuerdo con el más reciente análisis de la OCDE, crecería un 6,1%, fuertemente influida por el consumo privado. La cifra ubicaría al país entre los de mayor expansión del Producto Interno Bruto en América Latina este año. En principio, esto sitúa a Colombia en una buena posición para hacerse cargo de los inmensos desafíos derivados de la pandemia. Informa además del impacto que ha tenido la crisis institucional de Chile, pues, a pesar del también alto precio del cobre, nuestro país casi no verá crecer su economía durante los próximos años.
En una arista menos positiva, el Banco de la República (banco central de Colombia) ha realizado importantes aumentos en su tasa de política monetaria, elevándola desde un 1,75% a 6% en menos de un año. Las alzas se han acelerado ante la escalada de la inflación, que alcanzó el 9% en mayo y se espera supere el 10% en junio. La intervención monetaria ha sido acompañada por un plan de ajuste fiscal impulsado por la administración del Presidente Iván Duque, que incluye reducir el crecimiento del gasto del Estado desde el 10,3% de 2021 hasta un 4,1% este año. Este podría ser uno de los pocos logros económicos de una administración que no tuvo la capacidad para convencer al Congreso de sus distintas reformas. En el contexto de este ajuste, los esfuerzos del Estado se destinarían a aliviar el impacto social de un desempleo que creció con fuerza durante la pandemia (13,8% en 2021 y se estima será del 11,6% en 2022) y aumentó la desigualdad y vulnerabilidad a niveles récord (la tasa de pobreza se estima en 42,5% el 2020 y 39,3% este año, las cifras más altas en casi una década).
Así, la historia se repite: la combinación de una administración afectada por la polarización política, sin capacidad para desarrollar una agenda, y las circunstanciales consecuencias de una pandemia hábilmente utilizadas por la izquierda más radical, permitieron a Gustavo Petro alcanzar la Presidencia de la República. El resultado político es similar al de otros países de la región, siempre sostenido en un programa económico extremo, a la vez que abundante en propuestas retrógradas, algunos de cuyos planteamientos pueden sonar familiares en Chile.
Desde luego, durante la campaña, Petro apuntó parte importante de sus dardos contra la industria petrolera y el “extractivismo”; las alternativas que propuso, sin embargo, se sustentan en escasos análisis de costos y beneficios, lo que hace poco probable su concreción. El mandatario electo también apuesta por un importante aumento del gasto público que sería supuestamente solventado por una gran reforma tributaria que aumentaría los ingresos del Estado en un 5% del PIB; los estudios, empero, anticipan más bien un aumento sostenido del déficit fiscal. También ha planteado el desmantelamiento de los actuales sistemas de salud y pensiones, eliminando el rol de los actores privados. En previsión, incluso, ha propuesto la nacionalización del stock de ahorros de las personas, para redirigirlos (junto al flujo futuro) hacia el Estado. La fórmula no solo hace suya la falacia de los supuestos beneficios del reparto, sino que minimiza el impacto sobre el ahorro nacional y el sistema financiero. Finalmente, Petro se juega por el proteccionismo en materia de comercio internacional, aumentando aranceles y revisando los tratados de libre comercio. El fracaso documentado de esta estrategia en América Latina no hace mella en la izquierda regional.
Con todo, es posible apreciar aspectos distintivos en Colombia que pueden ser factores de moderación. A diferencia de Perú, el legislativo colombiano cuenta con un sistema bicameral, lo que en teoría podría contribuir a un debate más reflexivo. A su vez, y al contrario de Chile, el país cafetero no está embarcado en un proceso constitucional fuertemente influido por la extrema izquierda, lo que reduce el impacto de largo plazo de transformaciones equivocadas. Y si bien Estados Unidos ha mantenido distancia respecto de la región, es posible que, por su cercanía comercial con Colombia, incida en contener iniciativas extremas. Sin embargo, cabe observar que, a diferencia de otros líderes de la región, Gustavo Petro cuenta con una vasta experiencia y estatura política para impulsar la revolución que pretende. Lamentablemente, la historia ha demostrado que ideas como las suyas no reducen la pobreza ni mejoran la equidad.