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Cartas
Jueves 23 de junio de 2022
“El primer pirómano de la nación”
Señor Director:
La discusión política suele usar un lenguaje y un modo de discusión que no es especialmente conducente a la reflexión calmada ni se cuida de mantener las condiciones de la comunicación. Es que la acción política tiene una dimensión de urgencia y una lógica confrontacional que es difícil soslayar.
Aquí aparece una función de los “intelectuales”. Ellos argumentan en público asumiendo las mismas posiciones que los otros, pero asumiendo también una cierta distancia. Esa distancia les permite mayor reflexividad, más capacidad de cuidar las condiciones del diálogo y la comunicación continuada.
Lamentablemente, muchos intelectuales de derecha se niegan a mantener esta distancia, y defienden sus posiciones distorsionando y descalificando.
No quiero referirme a sus distorsiones de las ideas que pretenden disputar; ya lo he hecho en el texto “Razón Bruta”, de libre acceso en internet. Lo que me interesa ahora es comentar el modo en que se refieren a las personas que sostienen ideas que les disgustan.
En distintos momentos observé que el problema constitucional era la causa principal de una crisis que se resolvería “por las malas” si no se resolvía antes “por las buenas” (para decirlo en términos actuales: antes de que estallara); que sin los lamentables hechos del 18 de octubre y días siguientes no habría habido proceso constituyente, un proceso que (entonces) todos celebraban; que la regla de 2/3 desde una hoja en blanco implicaba que lo que no tuviera 2/3 en la Convención Constitucional quedaría entregado a la legislación posterior; que el resultado del plebiscito de entrada nos había dejado con “un cadáver” de Constitución.
No reclamo ni reclamé “infalibilidad”, por cierto, para ninguna de estas observaciones, aunque creo que han envejecido bien. En todo caso, habría esperado de los intelectuales que discrepaban argumentos en contra. Y en vez recibí epítetos: fui calificado de “profeta de cátedra”, “fanático en conexión directa con la verdad revelada”, “símil de sociópata”, “tramposo”, “apologista de la violencia”, de padecer de “ignorancia supina” y mostrar “mentalidad de empresa de demolición”.
La guinda de la torta (hasta ahora) la pone Mansuy, que me califica de “primer pirómano de la nación”. Es como si compitieran entre ellos para buscar la descalificación más notoria y rutilante, porque las descalificaciones producen más “likes” que los argumentos.
Siendo intelectuales, la defensa de sus posiciones políticas no basta para explicar esta necesidad de atacar en vez de intentar refutar. Por eso creo que hay algo más detrás de este modo de hablar, tan cuidadosamente calculado para dificultar la comunicación, tan similar al usado en esos videos de Youtube de donde salieron algunos diputados republicanos.
En efecto, el modo en que reaccionan muestra que ellos creen enfrentar no solo argumentos, sino una agresión existencial que por eso justifica la suya.
Ahora bien, ¿cuál sería esa agresión? Quizás la respuesta es la de Francis Bacon: “aunque las pruebas que desmienten las ideas habituales sean muy numerosas y concluyentes, las ignoramos o despreciamos, a veces con prejuicios violentos e injuriosos, antes que sacrificar la autoridad de nuestras propias primeras conclusiones”. O tal vez, más sencillamente, la del personaje de Graham Greene, en The Confidential Agent: “No le creo. No quiero creerle. ¿No se da cuenta de que si las cosas fueran así la vida sería completamente diferente?”.
Fernando Atria