A Jorge Américo Spedaletti lo llamó a última hora Caupolicán Peña para integrarlo a la selección que luchaba por clasificar al Mundial de Argentina en 1978. No era una clasificatoria cualquiera, porque otra vez se enfrentaba a Perú y la sede de Mendoza nos esperaba con un estadio recién inaugurado, el Malvinas Argentinas. En toda Sudamérica gobernaban dictaduras, las fronteras estaban calientes, Chile no tenía armas y Perú era provisto por la Unión Soviética y la crisis por el Beagle también amenazaba con llegar a las armas.
Nada era fácil para Caupolicán Peña, un hombre de izquierdas que estaba al frente de la Roja en medio de muchas presiones. Eran tiempos política y deportivamente muy convulsos. Por eso nunca hubo demasiado esfuerzo por convocar a Carlos Caszely para las clasificatorias, pese a que estaba haciendo un gran trabajo en España. Los dirigentes batallaron por Figueroa y Quintano, además de Reinoso, Miguel Ángel Gamboa y “Pata Bendita” Castro. Con eso bastaría, dijeron.
Pero no bastó. Chile y Perú le ganaron los dos partidos a Ecuador, y tras el empate uno a uno entre ambos en el Estadio Nacional (con goles del “Negro” Ahumada y J. J. Muñante) habría que definir en Lima, donde se respiraba el peor clima bélico de la historia. No olvidaban la eliminación del 74 y su generación más brillante quemaba los últimos cartuchos.
Por eso Caupolicán Peña volvió a nominar a Jorge Américo, quien había nacido en Rosario y defendido a Gimnasia y Esgrima La Plata, pero se había hecho chileno a punta de goles (y pasaporte, claro, habrá que aclarar en estos tiempos). El “Flaco” logró el último título del Ballet Azul, fue finalista de la Libertadores con la Unión de Santibáñez y su tercer título fue en Everton, donde volvió a hacer dupla con Ahumada. Un goleador temible, hábil para su altura, inteligente para jugar.
Había debutado en la selección en 1975, con Pedro Morales, pero su inconducta le jugaba en contra. Peña, en el inicio del nuevo proceso, lo marginó. Pero cuando hubo que ir a definir a Lima, al todo o nada, los pasajes al Mundial, lo convocó en el convencimiento de que no habría fuerza sobre la tierra que hiciera revertir la decisión directiva de no repatriar a Caszely.
Jorge Américo saltó a la cancha con la Roja en una misión imposible, porque Chumpitaz, Oblitas, Percy Rojas, Muñante, el “Nene” Cubillas y el “Cholo” Sotil no iban a dejar pasar la oportunidad de estar en otra Copa del Mundo (aunque la del 78 iba a terminar de manera vergonzosa para Perú).
Chile perdió dos a cero, el dictador Morales Bermúdez bajó a la cancha y dio la vuelta olímpica con la camiseta puesta y Chile afrontó una nueva crisis terminal. Asumiría Luis Santibáñez en la selección, Caszely volvería por presión popular y el Mundial de España se asomaba como revancha. Jorge Américo comenzó el lento declive en Deportes Concepción y Antofagasta, para retirarse a los 33 años.
Grité y lamenté varios de sus goles, pero me quedó para siempre en la memoria aquel partido de Lima, en marzo de 1977, que lo tuvo como sorpresivo protagonista, haciendo dupla con el “Pata Bendita” y luego, cuando la derrota era inminente, otra vez con Ahumada. Spedaletti, el “Flaco”, era bueno —muy bueno—, pero no estaba para milagros.