Chile ha vivido desde el 18 de octubre de 2019 una experiencia política, social y económica compleja. En este período, la gran mayoría de los chilenos ha debido revisar sus posiciones o al menos reflexionar sobre ellas. Los eventos electorales han mostrado una alta variabilidad en las preferencias de los ciudadanos. Esto es propio de etapas donde las situaciones que ocurren están sometidas a un permanente escrutinio, reflejándose especialmente en la opción política de un gran número de votantes. Por cierto, eso no significa que la población no mantenga posiciones más definitivas en otros asuntos.

En este sentido, es interesante el escaso cambio que han tenido en la población algunas posturas valóricas. Así, por ejemplo, en la última encuesta del CEP un 49 por ciento de la población —la proporción más alta en los últimos seis años— estima que en el país debería premiarse el esfuerzo individual, aunque se produzcan diferencias importantes de ingresos, y solo un 22 por ciento piensa que los ingresos deberían ser más iguales, aunque no se premie el esfuerzo individual (el resto no se pronuncia por ninguna de estas opciones). En diciembre de 2019, la proporción que se inclinaba por la primera de estas alternativas se había reducido a 37 por ciento, mientras que la otra opción se empinaba al 28 por ciento. El impacto que significó la crisis de octubre seguramente influyó en este cambio. El regreso de los números a los que eran habituales antes de ese fenómeno da cuenta de que es una creencia bastante asentada en la población. Esta percepción sin duda condiciona la extensión de las políticas públicas; por ejemplo, el alcance que pueden tener las medidas redistributivas.

También llama la atención que, a pesar de un intenso debate político, las posturas que se identifican con la derecha (12 por ciento) y la izquierda (20 por ciento) sigan con una adhesión disminuida. La primera ha bajado algo en el último tiempo y la segunda subido, pero este es un fenómeno propio de cambios de signo en los gobiernos. Más novedoso es el crecimiento en el centro, que ha superado en adhesión a los independientes. Este comportamiento suele presentarse cuando se percibe un aumento de la polarización. Es un fenómeno que, por tanto, hay que mirar con atención.

La experiencia de estos años también genera nuevas posiciones que van moldeando la reflexión ciudadana sobre los asuntos públicos. Es interesante la mayoritaria percepción de que la suspensión de clases afectó negativamente la salud mental de los estudiantes (82 por ciento) y también los aprendizajes (83 por ciento). La escasa evidencia empírica disponible para el país, que efectivamente muestra impactos muy negativos, le otorga soporte a esta percepción. Es sugerente que ella sea más elevada entre las personas que viven con niños en el hogar y que, por tanto, tienen una experiencia al respecto. La cristalización de esta impresión seguramente hará que en el futuro la ciudadanía sea menos tolerante con la paralización de actividades escolares y universitarias, cualesquiera sean las razones que la expliquen.