¿Y dónde están las cervezas? —preguntó Kerry. ¿Acaso él no merecía que Boric se comportara como lo había hecho con Trudeau a pesar de que Canadá apoya el maléfico TPP11?
Hay gestos, deslices, errores que, como si se tratara de un resumen o un ejemplo, revelan la totalidad de lo que la subjetividad oculta incluso a sí misma.
Es el caso del gigantesco lapsus en que incurrió el Presidente Boric: en tono encendido, como revelando algo que nadie se atrevería a poner de manifiesto —salvo él—, se quejó de que los Estados Unidos de América no se sumaban al acuerdo de protección de los océanos. Instó entonces a las grandes potencias, entre ellas a EE.UU., a hacerlo.
La escena no podía ser mejor: ¡un joven líder desafiando al imperio!
Salvo por un detalle.
Estados Unidos se había sumado al acuerdo y entre quienes acompañaban a Boric mientras peroraba contra la falta de compromiso de EE.UU., estaba nada menos que John Kerry quien miraba desconcertado la escena y se preguntaba a qué venía todo eso si EE.UU. apoyaba la iniciativa y con su presencia quería, además, subrayarlo. Pasado el pasmo, y en alusión al ligero encuentro de Canadá, Kerry preguntó irónico: ¿y dónde están las cervezas? ¿Acaso él no merecía que Boric se comportara como lo había hecho con Trudeau a pesar de que este último apoya el maléfico (a juicio del Frente Amplio) TPP11?
¿Qué pudo ocurrir para que el Presidente, quien hasta ese momento había hecho un buen papel, tuviera un tropiezo de esa magnitud?
No es fácil dilucidarlo. Especialmente si se tiene en cuenta que la mínima diligencia de cualquier partícipe en una conferencia semejante (más aún si el partícipe no se representa a sí mismo) consiste en informarse de qué se trata, quiénes estarán en la reunión, y qué piensan o qué han dicho. Y cualquier persona, incluso un palurdo, habría preguntado quiénes estaban de acuerdo con lo que se propondría, quiénes no, y por qué. Y lo razonable es pensar, o creer, o desear, que el Presidente Boric recibió esa información en un memo, o verbalmente, o preguntó por ella antes de la reunión o sin que lo preguntara se lo hicieron saber. En suma, lo razonable es pensar que sabía (si no sabía la cosa sería más grave). No, no hay duda, sabía, debió saber. Si no sabía, ni quiso saber, si presumió saberlo y no sabía, rondaría la negligencia.
Así que no cabe duda de que sabía o le dijeron. Y lo que ocurrió es que, sentado allí, al lado de Kerry, simplemente lo olvidó.
Pero en tal caso, ¿por qué lo olvidó?
La única explicación posible es que el inconsciente del Presidente Boric fue el que habló.
Allí, en los meandros de su subjetividad, habita una imagen de sí mismo que, cuando no está sometida al control consciente de la racionalidad, pugna por salir y lo logra. Se trata de la imagen del revolucionario redentor, de quien rechaza todo boato o formalidad para estar más ligero en su lucha contra la injusticia, la de quien no quiere ser el privilegiado que pudo ser para ocuparse de los demás, la fantasía de quien se ve a sí mismo puesto en medio de una escena heroica, capaz de representar a los débiles y desafiar a los fuertes, a aquellos cuya conducta es la causante de buena parte de los males de este mundo. Es esta imagen —podría llamársele su ideal del yo— la que explica buena parte de la conducta que se ha revelado errónea: el desafío a los militares en Plaza Italia, las amenazas de persecución a Piñera, los tuits desafiantes, el corte de pelo agresivo y punk de alguna vez, aquellos otros tuits adhiriendo a Fidel o defendiendo la revolución bolivariana, etcétera. Nada de eso es una opción ideológica, como lo prueba el hecho que la racionalidad del mismo Boric, cuando toma el control, lo corrige. Es su ideal del yo, oculto en la arboleda del inconsciente el que en estos casos habla.
Por supuesto, un fenómeno como el que se acaba de describir no es una rareza. Es lo más común que las personas actúen obedeciendo los mandatos de esa imagen que habita en cada uno. El punto es que las personas maduras —no necesariamente más talentosas, solo más maduras— logran controlarlo, objetivan su conducta, revisan sus prejuicios, toman nota del rol que desempeñan, advierten que entre su fantasía y el mundo hay una abismante diferencia, y se controlan. Eso es lo que hasta ahora el Presidente Boric, inundado por su ideal del yo y los palmotazos y las celebraciones aún no ha alcanzado.
Y el punto es que va a requerir un curso rápido, porque la Presidencia no es lugar ni para ensayos, ni para desplantes, ni para lapsus, ni para desplegar esa imagen fantasiosa que habita en el inconsciente de cada uno.