Una de las noticias de la semana fue la entrega de la última encuesta CEP, que sigue siendo la más prestigiosa.
Como siempre, todo el mundo se fue de cabeza a buscar noticias (ojalá buenas noticias) en el informe.
La gente que está a favor de aprobar el texto de Constitución redactado por la Convención se ilusionó al ver que están empatados con los que lo reprueban: confían en que el 37% de indecisos se inclinará finalmente hacia la posición que defiende la izquierda.
Los que están por rechazar la propuesta de los convencionales, por su parte, observaron que igual siguen superando al Apruebo (aunque muy estrechamente), y apostaron a que el Gobierno será más una carga que un impulso para ellos, dada su enorme impopularidad.
Es decir, tanto los del Apruebo como los del Rechazo sacaron cuentas más o menos alegres.
Yo, en cambio, vi todo negro en la encuesta CEP. Sé que tengo un sesgo hacia la oscuridad, pero esta vez creo que la tiniebla es genuina. Nunca había visto tanta nitidez en la negrura.
Y cuando uno puede ver en la oscuridad es por algo.
Es que la CEP mostró puro pesimismo. Veamos: el actual Gobierno es el peor evaluado en su debut desde que existe la encuesta; más del 80% de la gente cree que el país está estancado o en decadencia; casi el 70% cree que su vida se mantendrá igual o empeorará en los próximos 12 meses (y solo el 8% cree que la situación actual del país es buena o muy buena). El 79% cree que las cosas no mejorarán en el próximo año. El 77% cree que la situación está igual o peor que hace 5 años. Ningún personaje político llega ni de cerca al 50% de aprobación (la mejor evaluada es Evelyn Matthei, con 37%). Y el broche de oro: solo el 36% de la gente cree que la nueva Constitución que propone la Convención ayudará a resolver los problemas del país.
En síntesis, se jodió todo. El remedio terminó siendo peor que la enfermedad, porque la mayoría del país tuvo la esperanza de que con el proceso constituyente y con el nuevo gobierno las cosas se arreglarían. Pero no; la CEP muestra que se perdió la esperanza.
Y si la esperanza es lo último que se pierde, entonces todo está perdido.
Cuando no hay esperanza no hay felicidad, ni siquiera alegría. La vida se vuelve pura resignación, indiferencia, lata, desánimo, bostezos, ganas de dormir, malestar general.
Como una resaca.
A propósito de resaca. ¿Tuvieron ya el covid? Yo lo tuve hace poco y más que la enfermedad misma, que no es más que un resfrío de los de antes, lo molesto fue, precisamente, la resaca. Días y días con desánimo, bostezos, ganas de dormir, malestar general y un permanente dolor de cabeza suave, que uno cree que se quedará para siempre porque es inmune al paracetamol. Después de un par de días uno pierde la esperanza. “Mi vida será así para siempre, viviendo en la resaca. Es mi vida, no es un infierno, tampoco es un edén. No es perfecta, pero se acerca a lo que yo simplemente soñé”. Resignación pura.
Y el país está igual. Viviendo la resaca del estallido, de la pandemia covid, de la crisis económica, de la violencia. Sin esperanza. ¿Qué importa si gana el Apruebo o el Rechazo? Da lo mismo, esto ya no fue. Ni siquiera iremos al Mundial de Fútbol por secretaría. Se jodió todo.
Se abre entonces la opción para alguien que ponga de pie la esperanza, como diría Don Francisco