Eduardo Berizzo asume en la selección nacional y le apunta medio a medio a la que es exactamente la misión a conseguir en los próximos años: “Quiero recuperar la sensación de éxito, de ganar”, fue lo que dijo el entrenador de su objetivo personal y, por cierto, de su meta como seleccionador.
Y no deja de tener razón. Porque más allá de los malos resultados, de las bajas individuales, de las faltas de reposición de jugadores, e incluso de las formas de encarar doctrinariamente los partidos, lo que se ha perdido en estos últimos años en el fútbol chileno, en general y en la Roja en particular, es el sentimiento del triunfo. Pasamos de creernos los mejores a pensar que somos unos bodrios.
Y vaya que será difícil hacer el camino de regreso.
Es que no se trata solo de hacer recambios generacionales ni de establecer posturas tácticas específicas. El problema es mucho más profundo. Eduardo Berizzo se dará cuenta rápido (si es que aún no se ha dado) que lo que ha minado la obra de Marcelo Bielsa —es decir, de alguna manera también la suya, en su calidad de mano derecha del DT rosarino— no es solo el envejecimiento de una generación, sino que la evidente decadencia de la estructura en la cual debe sustentarse toda la actividad.
En términos concretos, esta se estancó, se quedó con los pies pegados en el barro. Se achanchó, se puso mediocre. En resumen, normalizó la cultura de hacer poco y hacerlo mal.
Hoy el fútbol chileno no tiene en su piel el chip ganador que tuvo en los primeros 15 años del siglo. Más bien, se puso el casete ochentero que nos lleva a pensar que una victoria es poco menos que una hazaña y que si podemos llegar a un Mundial vía abogados alegando en la FIFA y en el TAS, no tenemos que avergonzarnos. Igual como algún día por esas décadas quisimos llegar a otro haciéndonos los vivos, los guapos, los choros…
Sí, señor. Berizzo le apuntó a la carencia del fútbol chileno. No más asumió tuvo que sacar su casco de bombero para apagar el incendio creado por una pésima planificación de la famosa estructura que obligaba a un club a entregar jugadores para un entrenamiento de selección justo el día en que esa misma estructura le había programado un partido de la competencia local.
Sí, claro. La evaluación pronta y lógica que se le hará (le haremos) a Eduardo Berizzo será si es capaz de devolverle a la selección el sello que tuvo antes. También si por fin hará lo que no hicieron sus antecesores: poner orden interno y generar un recambio sostenido y potente. Y lo más básico: si puede hacer que el equipo juegue como a todos nos gusta, es decir, atacando.
Pero sería injusto cargarle a Berizzo toda esa batería de exigencias. Milagros no puede hacer. Menos si todo lo que ha estado mal hecho sigue igual.
Por eso es que antes de iniciar la polémica, el cruce de opiniones y el debate sobre si Eduardo Berizzo es el hombre indicado para asumir este nuevo proceso, pensemos de verdad si están las condiciones para que él o cualquiera se ponga en buzo de la Roja.
Si no están, es el momento de exigirlas a quienes corresponda. Para que volvamos a tener esa sensación de éxito que nos extravió.