El proceso constituyente se originó a raíz del acuerdo suscrito por casi todos los partidos en un contexto de crisis, instancia desde donde surgió la idea de implementar una salida institucional garantizando el “compromiso con el restablecimiento de la paz y el orden público”, entendiéndose que fuera mediante una nueva Constitución.
Así, se deduce que este propósito debía inspirar y motivar a los integrantes de la Convención, siendo o no militantes de los partidos firmantes. Paz y orden fueron el espíritu que debía prevalecer entre los constituyentes.
La paz es una aspiración humana universal, valuada por todas las sociedades y culturas. Se asocia a la ausencia de conflictos o de guerra en sentido estricto. Pero la importancia que le asignó el acuerdo fue la de propiciar una atmósfera de tranquilidad para enfrentar serenamente el momento crítico que se experimentaba y tratar las diferentes posiciones de forma razonable, procurando superar hostilidades. Esta era la impronta que debía predominar en el órgano constituyente, trabajar en sana convivencia, practicando valores como la tolerancia, la apertura al diálogo y disposición a la construcción colectiva de consensos. Incluso, en procesos de esta índole se considera la naturaleza de la Constitución como tratado de paz.
Pero más relevante era que la paz proviniese del interior de cada persona o convencional, que se reflejara en la forma juiciosa al deliberar entre los pares, procurando comprender los argumentos esgrimidos por quienes piensan distinto, demostrando voluntad para lograr acuerdo sobre normas de bien común.
Sin embargo, desde la instalación de la Convención, conocimos por la prensa otro escenario. La atmósfera se apreció desfavorable, al formarse bloques en razón de posturas ideológicas o idearios previamente diseñados, lo que devino en descalificaciones, planteamientos que destilaban soberbia y posiciones a todas luces intransables por cómo se planteaban. Hubo sectores dispuestos a imponer normativas y otros a resistirlas, evidenciando la falta de entendimiento y polarización. El grupo de integrantes más maduro, culto y racional seguramente fue importante en la discusión, pero, al parecer, no gravitó a la hora de las votaciones. En suma, no fueron pacíficas las deliberaciones, el tono fue más bien hostil.
Por otra parte, hemos conocido innúmeros comentarios bastante críticos sobre normativas aprobadas por el pleno, provenientes de especialistas de fuste —de centroizquierda, centro y derecha—, opiniones sobre las materias a las cuales ellas se refieren, con argumentos rigurosamente fundamentados. Una mirada rápida a la prensa del viernes pasado, mientras escribo: sobre el sistema político, “es una transacción entre incumbentes, que no antepone la gobernanza” (Harboe); sobre el texto, “se impuso el espíritu fundacional y vindicativo…, levanta sospechas, cultiva resentimiento y provoca exclusiones” (Brunner); “no ha logrado instalar algún tipo de relato convincente” (A. Valdés).
En fin, qué resultará finalmente: ¿El articulado del proyecto que se plebiscitará responderá al “compromiso de buscar la paz y el orden público?”.