Hay excepciones que confirman la regla, pero en general los directores técnicos que asumen como interinos no terminan haciendo mucha historia, o en el peor de los casos una que finalmente terminan por perjudicarlos de todos modos.
El alemán Hans-Dieter Flick rompió esa tendencia al llegar como DT de emergencia al primer equipo de Bayern Munich y terminar ganando la Champions League 2020. En Chile, guardando las proporciones y los años de distancia, César Vaccia rompió la maldición de los interinos cuando asumió de emergencia en la U 1999 en reemplazo de Roberto Hernández.
El “profe” sanantonino de las divisiones menores no solo estabilizó al equipo, sino que fue campeón nacional ese año y también el siguiente, además de ganar la Copa Chile y derrotar a Colo Colo en el mismísimo estadio Monumental (lo que hoy cuenta como logro).
También la regla fue modificada por Jorge Pellicer, quien en 2004 relevó a Óscar Garré y al año siguiente (Clausura 2005) obtuvo el título con la UC en una infartante final definida a penales sobre la U.
En una tono similar, pero no igual, se puede anotar la historia de Cristian Paulucci en la Católica. Tras la partida de Gustavo Poyet, el DT argentino logró una gran remontada que le significó el título, pero con una diferencia con respecto a Vaccia y Pellicer: a los pocos meses de esa alegría, fue despedido por el mal rendimiento del equipo. Se fue, en su caso, por la puerta de atrás.
Eso es algo muy habitual entre los DT temporales. Como son de emergencia porque son llamados por los malos resultados de otro colega despedido, los clubes los tienen a la mano y no hacen promesas y tampoco exigencias. Al final dan la impresión errónea de que están menos preparados que a quienes reemplazaron. Eso da pie para que los clubes contraten a otros con más ”galones” (aunque algunos sean medios inventados).
El entrenador interino es, en general, de bajo perfil y por eso más que alegar cuando es relevado, agradece la oportunidad que se le dio y aspira a que su fugaz aparición pública le reporte algún beneficio, aunque solo sea curricular, para alguna vez llamar la atención de su equipo o de otro y seguir su carrera por esa vía.
Pero eso último pasa poco. El DT interino queda marcado como uno que solamente está para “parchar”, para encabezar transiciones o para apagar incendios. En una de esas —como le ha ocurrido a directores técnicos como Luis Pérez, Óscar Correa o Esteban Valencia— puede que vuelvan a asumir ante nuevas emergencias, pero difícilmente encontrarán respaldo para liderar sus propios procesos.
Sebastián Miranda y Rodrigo Valenzuela deben tener claro cómo es este negocio y asumir que sus pasos por la U y la UC serán agradecidos, pero, casi con seguridad, no muy recompensados. Ambos volverán pronto a sus trabajos anteriores, al plano secundario y tendrán que estar dispuestos y preparados para tomar la pala y tapar los hoyos que otros dejaron.
No está bien que suceda eso. Tampoco es justo: algún premio, estímulo o recompensa debe tener alguien que siempre está preparado para poner su cabeza bajo la guillotina en comisión de servicio.