El entrenador que llegue a la selección de Chile para lo que resta del año no tiene un trabajo extraordinario ni tampoco una agenda repleta ni recargada. En absoluto.
No será un año sabático, eso sería una desmesura, pero es cosa de hacer los cálculos: solo amistosos poco destacados, cero puntos en disputa, ningún encuentro decisivo y los resultados importan poco y nada; siempre, eso sí, que la selección no se coma una goleada, porque eso atraganta y ahoga a cualquiera.
Esto último es una imagen agorera que no tendría por qué ocurrir. Los amistosos son con Japón, Corea del Sur, Australia y saldrá alguno más, porque todo cuenta en la caja registradora, pero siempre en la categoría de amistosos. Es decir, partidos para ir viendo y probando, montones de cambios y por eso insípidos e irrelevantes.
Decir que son entrenamientos con público en las gradas y televisión por el aire sería irrespetuoso. Lo respetuoso es describirlos como amistosos.
Unos partidos cordiales, gratos, comprensivos y afables. A menos, claro, que un japo te haga dos hoyitos al hilo o un coreano se agrande y se pase de listo, porque eso es otra cosa, pero de nuevo: no tiene por qué ocurrir.
El entrenador X, su primera misión, será llegar al país y caer bien.
En política la luna de miel es brevísima; en este caso, y sin partidos a tener en cuenta, puede ser cómoda y tan larga como 2022, que recién empieza.
Caer bien es dar entrevistas precisas, pegarse un recorrido por Chile, saber algo de las glorias pasadas y tener un buen discurso donde se entiendan los principios del plan de trabajo. Conceptos claros, eso gusta muchísimo. Compromiso absoluto, eso aún gusta más.
El punto base de cualquier discurso, por cierto, es el elogio a la generación dorada, donde la posta y el recambio se deben generar con la generación y nunca en contra de ella.
Gracias por las negritas, pero es para la confianza y para que lo tengan claro. Siempre con ustedes. Jamás sin ustedes.
El entrenador X, por lo demás, no los convocará a los amistosos programados, porque están los compromisos de sus respectivos equipos o quizás de vacaciones (muy merecidas), sería un lío y además un despropósito, porque nadie lo espera, al contrario, el reto consiste en no llamarlos y que el recambio lleve el peso de unos encuentros donde se analizarán posibles funcionamientos, hipotéticas sociedades y eventuales alianzas.
El año 2022 es el de la teoría y la amistad.
El entrenador X, esa es su fortuna, vivirá tranquilo.
El año para empezar a vivir peligrosamente es el que viene. Eso es, por lo demás, lo que corresponde. Esto es fútbol de selecciones. En ese momento hasta los amistosos cuentan.
El encuentro del entrenador X con la generación dorada, esa película de suspenso y acción, recién parte en 2023.