“Ay de mí, ay de mí, algo me dice/ que la vida no es más que una quimera/ una ilusión, un sueño sin orillas/ una pequeña nube pasajera…”.
En la mitología, las quimeras eran animales fantásticos, cuyos diversos órganos correspondían a distintos seres vivos. Actualmente, la ciencia crea verdaderas y crueles quimeras: cerdos u otros animales con modificaciones genéticas para que sus órganos puedan ser trasplantados a seres humanos. No tengo claro si el ser humano así trasplantado corresponderá a la definición mitológica de las quimeras. En fin. Hay muchas cosas que no tengo claras, pero solo algunas son para esta columna.
Me miro en calidad de animal político y me encuentro aspecto de quimera, de pájaro raro, de fenómeno. Leo a militantes de diversos colores y me convencen con facilidad, uno tras otro, salvo los que me dan rabia por estar tan evidentemente defendiéndose a sí mismos o amparándose en saberes y autoridades zombis, caducas hace tiempo. Tengo el extraño vicio de empatizar y de tratar, una y otra vez, de compatibilizar. Busco la cuadratura del círculo, probablemente; también quimera, en el sentido de “una ilusión, un sueño sin orillas”. Como ha sido, en muchos aspectos, la Convención Constitucional. Ahora la ilusión y el sueño se topan con sus orillas y sus límites. La Convención está en una etapa ardua. A lo mejor, como decía Ercilla de García Hurtado de Mendoza (en “La Araucana”, claro), es como “un mozo capitán acelerado”. Con sus virtudes y defectos, es cuanto tenemos como país para llegar a un texto constitucional. Le imploramos que lo haga, que represente a todos, que interprete e inspire a todos. Le confiamos, todavía, nuestra esperanza.
Hay pájaros raros como yo, que no logran incluirse en tribu alguna. Sospechan que muchas lealtades disfrazadas de convicciones y de argumentos responden en realidad a lógicas tribales, de autodefensa, hasta zoológicas a veces. Creen en cosas que, cuando se habla desde los esquemas chilenos de izquierdas y derechas, parecen contradictorias e irreconciliables. Por ejemplo, creen que está muy mal lanzar agua al Presidente de la República, que eso nos disminuye a todos, y eso a lo mejor es de derechas. Creen que las mujeres son personas y tienen el derecho humano a decidir acerca de sus vidas, sus cuerpos y su propia capacidad de liderazgo, y que su trabajo familiar, hasta ahora no reconocido ni menos contabilizado, es un valor que la economía deberá necesariamente incorporar. Eso, parece, es más bien de izquierdas.
También creen que todo ser humano merece el mismo respeto de sus congéneres, y que ese respeto debe existir entre todas las personas, por distintas que sean entre sí en cualquier ámbito. Creen —pobres pájaros— que ese respeto se expresa también en la convivencia diaria, en las calles transitables, en la limpieza de los edificios, en las ceremonias y en los símbolos compartidos, y eso, parece, es de derechas. Creen que la historia no puede corregirse desde una perspectiva chata y actual, y tantas veces enormemente ignorante, como la de la universidad italiana que prohibió un curso sobre Dostoievski por ser este un escritor ruso (doy este ejemplo por no ofender a nadie más próximo). Esto también, parece, es de derechas. En fin, que como animales políticos son más bien una quimera.
Para terminar tal como comencé, es decir, citando a Nicanor Parra: no son ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario.