Con un título casi idéntico, “El Mercurio” publicó 35 años atrás un lúcido artículo de Julián Marías.
Ahí afirmaba el notable filósofo español que “la soberanía, aún la más perfecta, tiene límites esenciales, que no se pueden rebasar; le corresponde una esfera de aplicación restringida; dentro de ella es legítima, tiene derecho a gobernar y legislar; fuera de ella se invalida a sí misma, pierde su legitimidad originaria, se convierte en mero abuso de poder, en violencia aparentemente legal”.
Justamente esto es lo que está sucediendo en la Convención Constitucional. A su carencia de legitimidad de origen, ha sumado una evidente ilegitimidad de ejercicio, expresada en su propósito de totalitarismo “constitucional”.
Sectores muy variados de la sociedad chilena han ido tomando conciencia de la extrema gravedad de la situación. Se preguntan, al igual que lo hacía Marías en el texto referido, si “¿se puede enajenar un país, se lo puede dividir, se puede atentar a su personalidad colectiva?”. Y con el filósofo español, se contestan: “Lo decretase quien fuese, sería radicalmente ilegítimo, inaceptable y sin valor, mera imposición violenta y por la fuerza —o por la debilidad, es decir, por la fuerza ajena—: y cuando esto ocurre, lo que pasa es que se pierde la legitimidad”.
Ciertamente, esa debilidad ante la agresión constituyente comienza a desvanecerse.
Pero las acciones jurídicas que se deben realizar para evitar “una forma sutil de tiranía” (Marías), no bastarán. Tampoco serán suficientes una campaña comunicacional sobre los desvaríos —“la confusión impera, y se acepta todo lo que se enuncia, aunque sea de la manera más irresponsable” (Marías, de nuevo)— ni un planteamiento anticipado y algo extemporáneo del Rechazo, como si fuera la única fórmula posible.
En estos primeros días del año laboral es otra la dimensión que más urge desarrollar: la confluencia de todos los malestares, de todas las inquietudes y de todos los ideales, para conformar una gran resistencia propositiva que enfrente al totalitarismo “constitucional”. Será decisivo respetar todas las sensibilidades y matices, todos los orígenes y proyecciones, porque lo que está en juego es, al mismo tiempo, de todos y de cada uno. Incluso más, en esa acción hay que tener muy presentes a los chilenos del futuro, porque la “realidad no pertenece ni siquiera a todos los ciudadanos; quiero decir el exterminio, la destrucción, la enajenación del patrimonio colectivo no están en las manos de los hombres actuales” (Marías).
Padres, madres, profesores y alumnos que verán cercenada su libertad educacional; creyentes que serán amagados en su libertad de culto; emprendedores que serán denostados por querer lucrar; consumidores limitados por los caprichos ideológicos de los ecologismos profundos; chilenos de todos los orígenes que serán discriminados por no autodefinirse como “indígenas”.
Uno o más liderazgos habrán de conducir la organización de todos los que estiman que “hay cosas inalienables, irrenunciables; hay otras de las que no se puede disponer, en las que no se puede intervenir” (Marías).