Pablo Milad, el presidente del fútbol chileno, asumirá esta semana como vicepresidente de la Conmebol. Las elecciones, como es costumbre en ese organismo, se harán a fardo cerrado, con la votación de diez hombres que se repartirán los cargos entre ellos, sin dar explicaciones y, mucho menos, presentar programas. Al paraguayo Alejandro Domínguez le tocará otra vez la silla principal y cada quien tendrá lo suyo. Claudio Tapia, el “Chiqui” argentino, consideró que el continente le queda pequeño e irá directamente a la FIFA, por ejemplo.
No es nada nuevo. En las últimas décadas las cartas siempre han estado marcadas, jamás se ha dado una discusión de planes y programas, y las voces disidentes han sido mínimas, habitualmente por rencillas personales más que por afanes modernistas. Si alguien pensó que tras la razia de la justicia estadounidense la cosa iba a cambiar, se equivocó rotundamente.
Nos habría encantado que antes de que se congratularan entre ellos por las nuevas nominaciones hubiera existido un debate sobre las competencias sudamericanas, la postura frente a los clubes europeos, la protección a los juveniles ante la voraz acción depredadora de los representantes o el fair play financiero. Pero, por sobre todo, nos habría enorgullecido mucho que fuera Chile el que pusiera esos temas sobre la mesa, tomara el liderazgo de los cambios, alzara su voz para propiciar nuevos tiempos. Eso pasó alguna vez —en los tiempos de Abel Alonso y René Reyes—, pero desde entonces nuestros timoneles se han subordinado mansamente a los dictámenes de Luque y se han conformado con pavonearse en los pasillos de Zúrich, el Olimpo soñado.
La entronización de la “nueva” directiva será en Doha, donde los dirigentes del fútbol mundial serán mimados, homenajeados y bien retribuidos por el Comité Organizador de la próxima Copa del Mundo en Qatar, país que acaba de condenar a cien latigazos y cinco años de cárcel a una funcionaria mexicana que denunció un abuso sexual. El acusado alegó que era una relación extramarital, y, de acuerdo con las leyes locales, la que sufre el escarnio es la dama. Latigazos y cárcel.
La FIFA, tan estricta para sancionar los gritos en los estadios chilenos y para dictar normas universales de comportamiento, ha hecho oídos sordos a las denuncias sobre maltrato laboral en la construcción de los estadios, que los observadores imparciales han calificado como “muy cercanas a una esclavitud criminal”. Y a la homofobia, y al machismo, y a una justicia que desafía todas las normas de la convivencia moderna. Cosas que a Gianni Infantino y su corte poco les preocupan.
Si ellos no lo hacen, sería lindo que el vicepresidente de la Conmebol alzara la voz; golpeara la mesa, se rebelara públicamente. Sería muy lindo.