En esta época de vacaciones, cuando podemos salir de nuestro lugar de residencia habitual y desplazarnos dentro de nuestro país a lugares novedosos o desconocidos, descubrimos un mundo chocante. No se trata del paisaje físico, siempre bello e imponente, tanto en el sur como en el norte. Majestuoso como dice la Canción Nacional. Me refiero al paisaje que denota la huella humana. Este último muy pronto nos muestra una constante de feísmo, de improvisación, de dejación, de despreocupación. Basura en los caminos, cercos derruidos, fachadas y edificios sin mantención, jardines y huertas dejados. Todo indica que se ha generado un modo colectivo que no realza ni engrandece lo público.
Y esta percepción negativa o degradación que deriva de infinidad de casos particulares, pareciera traspasarse también al espacio público, tanto físico como institucional y cultural, poniendo en primer lugar los beneficios particulares que luchan por imponerse destructivamente a los bienes comunes o generales. A la vista del que recorre los caminos prevalece lo negativo. Descubrimos así un Chile chocante, que refleja una ausencia de sustento espiritual común. Esta no cultura que se percibe a lo largo del territorio oculta al país.
Se transmite la impresión de que cada uno vive aisladamente, aparentemente, sin pensar en los demás, casi como si se los desconociera. Como si fuéramos un país fragmentado al extremo y oculto en su fragmentación. Esta impresión nos plantea una incógnita acerca de dónde están o cuáles son los testimonios materiales que expresen una vinculación positiva y que se proyecte más allá del presente.
Por otro lado, nosotros mismos, acostumbrados a creer que la realidad se percibe a través del prisma distorsionador de las ideologías o de los índices estadísticos, tenemos poca capacidad de enfrentarnos con libertad ante lo que se despliega frente a nuestra vista. Hay que concluir que nuestro país queda oculto entre lo que se ve por los caminos, por un lado, y lo que creemos que es, por el otro.
Definitivamente, debemos concluir que hay un choque entre el deber ser y la realidad. Y que tanto las ideologías como las estadísticas ocultan este choque y nos trasladan a un mundo ajeno, centrado en lo que creemos que debe ser, según la visión de cada uno, ocultándonos la realidad cruda y dura de nuestro ser mestizo. Este aflora en su expresión más negativa en el feísmo y lo degradado, al carecer de una expresión positiva y generalizada que desplace los velos que ocultan al país.