El 22 de enero recién pasado se cumplieron 40 años del fallecimiento de Eduardo Frei Montalva, en circunstancias que su partido se encuentra enfrentando una crisis de magnitud: “de convivencia interna, de identidad, de discurso y trabajo territorial” (Chahin), “nos acercamos al fin” (Undurraga). Han renunciado miles de militantes y también personalidades. No es la primera; ha experimentado otras en el pasado, pero no sucumbió. Se resolvieron con liderazgos potentes y certeza doctrinaria.
Mi opinión al respecto es desde fuera, con perspectiva histórica, por haber conocido su trayectoria gracias a lectura e investigación.
Por ahora la aproximación al problema parece confundirse, inmediatista, superficial. “Apoyamos a Boric y en democracia tenemos que someternos a las decisiones de la mayoría” (Silber); “…renovación de la directiva… la tienda se ve agotada” (Morales); “una refundación completa” (Huenchumilla); “actualizar su planteamiento, nuestra propuesta programática... la sociedad es más liberal” (Walker); “rediseñar el partido... su institucionalidad, definiciones políticas”, que sea “un partido moderno y actual” (Chahin). Entre los comentarios de este último, por ahí se desliza algo sugerente: “buscar el sentido… perdimos la mística”.
Son 64 años de existencia y la conciencia histórica entre camaradas es muy escasa, quizás patrimonio de una muy reducida todavía militancia. Algo inexplicable, teniendo a dos figuras sobresalientes —el mismo Frei y Aylwin—, que dejaron un caudal de pensamiento doctrinario que potenció su significación y sentido. Ambos, autores de varios libros y escritos, además de obras y documentos sobre su trayecto. Los dos compartieron concepciones que representaron los pilares del partido, convicciones asimiladas de la doctrina social cristiana, del “humanismo integral”, que ellos concibieron como humanismo cristiano, con núcleo en la persona humana y su supremacía, su libertad, justicia y progreso económico y social, creyendo en el destino superior de cada persona y de la comunidad: “viviendo lo que se afirma con palabras… ser consistentes en el plano de lo concreto”. He ahí la auténtica mística, que permitió superar crisis pretéritas. Aylwin, después del golpe de Estado, dice en su libro haberse empeñado en “salvar el alma y cuerpo del partido”.
Mas, hoy parece que importa el cuerpo, lo práctico, el manejo transaccional. Que no es malo en sí mismo, los radicales lo ejercieron en los '40 y '50, y mitigaron el conflicto polar del sistema. La DC nació del centro mesocrático, sin sectarismo, integró coaliciones y llegó a acuerdos coyunturales con otras tiendas, pero siendo fiel a sus convicciones. Hoy prima el partidismo, “…se desprecian las ideas y se convierte la historia en un negocio, lo único que importa es el éxito inmediato” (Frei Montalva). ¿Cuáles son los ideales hoy? Sus declaraciones de principios conocidas en las últimas décadas, amén de líquidas, sus parlamentarios ni siquiera las consideran al momento de legislar. No hay alma. De insistir en el partidismo sin más, “será el fin” o “refundación completa”. El necesario centro DC se habrá esfumado.