Si alguien ignorante de la política de los últimos dos años hubiera estado dormido, despertara de pronto y se enterara del gabinete nombrado por el Presidente Boric, tendría buenas razones para pensar que en la última ronda electoral ganó la Concertación.
Entonces exclamaría lo mismo que el propio Boric dijo el 2017:
“No entiendo la izquierda que celebra a Bachelet por el cambio de gabinete —decía entonces Boric— si en reemplazo puso la esencia de la Concertación”.
Quien acaba de despertar podría decir algo parecido al darse cuenta de que quienes fueron parte de la coalición de los últimos treinta años servirán seis o siete ministerios. Y advertiría que se trata de los ministerios más relevantes a la hora del bienestar social (Hacienda, Vivienda, Salud, Defensa, Desarrollo Social, Minería y Obras Públicas).
Esto, podría decir el Boric de hace cinco años, no es motivo de alegría, pues ¡es la esencia de la Concertación!
¿Qué puede explicar que el Presidente electo haya incurrido en lo mismo que reprochaba a Bachelet? ¿Qué puede explicar que los partidos que perdieron la última presidencial tengan a algunos de sus mejores miembros (o cercanos a ellos, como es el caso del ministro de Hacienda) integrando el gobierno?
Se pueden ensayar varias explicaciones.
La más obvia es que los partidos que obtuvieron el triunfo no poseen cuadros suficientes para el manejo del Estado. Se trata de partidos más bien pequeños, con marcado tinte generacional, cuyos integrantes poseen más ideas generales que experiencia suficiente para manejar el barro de la realidad. Sí, es cierto, el Partido Comunista hace una excepción a esa regla; pero tiene el defecto de ser de minorías. De ser así, este gabinete sería la confesión de que la coalición triunfadora en la presidencial tenía abundantes ideas acerca de qué hacer con el Estado, pero muy pocas acerca de cómo llevarlo a cabo.
La explicación menos obvia deriva de lo que pudiera llamarse la porfía de la realidad. Las sociedades son dependientes de su trayectoria, la que opera como una inercia que no se puede torcer tan fácilmente. Esa inercia, en el caso del Chile contemporáneo, proviene de las líneas principales de la modernización que el Presidente Gabriel Boric pretende corregir; pero es iluso pensar que lo pueda hacer como quien dibuja una recta en un papel y de pronto decide cambiar de dirección el trazo. La inercia, como se sabe, es una fuerza retentiva. Y por eso la fisonomía de las sociedades se parece más a una piel que se muda poco a poco que a una camisa que se puede cambiar a voluntad. Las sociedades, dijo Marx (y es bien inexplicable que suela olvidarse), se proponen siempre los objetivos que pueden alcanzar, porque, “mirando mejor, se encontrará siempre que estos objetivos solo surgen cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización”.
Plantearse objetivos más allá de estas condiciones es tener esperanzas vanas. También lo dijo, siglos antes que Marx, Marco Aurelio.
Entre las mejores páginas que escribió se encuentra una en que aconseja no tener esperanzas en “la república de Platón” y, en vez de ella, conformarse con el progreso en los “mínimos detalles que, después de todo, no son una insignificancia” (Meditaciones, IX, 29). Lo que sugiere Marco Aurelio es que el cambio utópico (representado en el texto por Platón) debe ser sustituido por la simple mejora de lo que hay (esos “mínimos detalles”).
Y es probable que el Presidente Gabriel Boric, luego de releer esas páginas de Marx u hojeado a Marco Aurelio, haya caído en la cuenta de que, como las condiciones materiales son difíciles y el personal a la mano poco e inexperto, hay que buscar al menos a quienes sean capaces de ocuparse de los “mínimos detalles”.
Y entonces, olvidando sus propios mensajes en Twitter, haya decidido hacer de la necesidad una virtud.