Una vez más la derecha fue derrotada. Se dice que el resultado de la segunda vuelta replicó el plebiscito de 1988. Si así fuera, quiere decir que en 33 años esta ha sido incapaz de incrementar su respaldo; apenas ha podido mantener el de entonces. La diferencia estriba en que aquel año estaba mucho más cohesionada y la impulsaba un halo místico, porque se sentía dueña del futuro del país. Y si perdió entonces era porque al frente se había reunido un haz de fuerzas diferentes, unidas solo por el afán de derrotar a Pinochet, pero que significaban una vuelta al pasado.
En esta ocasión ocurrió algo semejante: un conjunto de partidos y grupos mayoritariamente unidos por el afán de derrotar a la derecha. Y en la candidatura de esta última, también una reunión de partidos y grupos variopintos, unidos por el temor a un triunfo de la izquierda más dura (cualquier otra izquierda no habría producido tanto temor). En ningún caso se planteó una definida opción de futuro. Hoy parece tratarse de una derecha quedada y temerosa. ¿Pero era verdaderamente una derecha la que votó por Kast?
En las primarias participaron cuatro precandidatos anhelantes de representar a un centro-liberal, muy cercano a la democracia cristiana y a la socialdemocracia. Kast no participó en ella. Ganó Sichel, un candidato buenito y externo, pero sincero en su postura, a diferencia de Lavín y Desbordes, que hicieron acrobacia electoral, y Briones, de Evópoli, partido pequeño en los deslindes de la derecha, que defendió sus votos. El electorado de derecha premió al más auténtico.
Luego, en la primera vuelta, Sichel sinceró su posición insistiendo en que no era de derecha, sino de centro: el electorado que lo había respaldado prefirió a Kast, que sí insistió en valores tradicionales de la derecha, por lo que fue insultado con los epítetos de conservador, tradicionalista y cavernario. Los partidos tradicionales de derecha, caídos al centro-liberal, fueron masacrados. Para la segunda vuelta, el temor a la izquierda los unió a todos en torno al vencedor de la primaria. Pero no fue suficiente, porque el electorado nuevo no lo respaldó.
La conclusión es que la derecha está huérfana, carente de mística y a la defensiva. La pretendida derecha de centro-liberal, en cambio, fue castigada por la de siempre, que no es ideológica. Pero esta última requiere con urgencia de mística que la plantee ante el futuro para fortalecerse y ganar al nuevo electorado. El tiempo ha transcurrido y ya no es el plebiscito del 88.