Se dice que la elección de este domingo dejará para la segunda vuelta a dos candidatos que polarizan, Kast y Boric.
Si esa predicción se concreta, será la reacción obvia ante una realidad creada de modo completamente artificial, una situación a la que la izquierda insurreccional ha ido conduciendo al país, abiertamente desde el 18 de octubre de 2019, pero siguiendo un diseño comunista de largo aliento.
Los últimos dos años han sido, efectivamente, el resultado de un trabajo muy pensado y muy paciente. El PC y su pariente pobre, el Frente Amplio, han venido despreciando por mucho tiempo las posturas de concertados y de centroderechistas. En su diseño político estratégico, las izquierdas duras creían que esa descalificación les abriría el amplio camino de una hegemonía marxista incontrastable. Los pésimos resultados obtenidos por las fuerzas de centroizquierda y de centroderecha en las elecciones para la Convención parecían confirmar el acierto de ese proyecto rupturista.
Y como esa ratificación electoral llegaba apenas seis meses antes del proyectado golpe final, el camino parecía totalmente despejado para enfrentar con absoluto éxito en la doble vuelta presidencial a las fuerzas oficialistas y a los partidos de la vieja Concertación; o, incluso, para derrotarlas en instancia única.
Pero una cosa era lo evidente —que iban a confrontarse con rivales desgastados a los que vencerían con facilidad— y otra, muy distinta, era no prever la capacidad de rearticulación de una chilenidad también cansada de los proyectos de centroizquierda y de centroderecha, pero suficientemente alerta respecto de la gravedad del diseño izquierdista, lo que la movería a articular un proyecto alternativo serio y sólido.
Y esa respuesta solo puede describirse en términos de conceptualización clásica, porque ha sido esa tradicional forma de plantearse la que ha resurgido expresándose en el creciente apoyo a la candidatura de José Antonio Kast.
Dicho en esos viejos términos, con lo que no contaban las izquierdas duras era con la reacción del Chile profundo, que hoy asume el polo del patriotismo, el polo de la República, el polo del orden y de la libertad, para impedir que triunfe el polo de una revolución denigrante.
Por supuesto, leídas estas expresiones desde las ideologías, juzgados estos conceptos desde unas fijaciones mentales intransables, se los descalifica por básicos, por atávicos… y no faltará el comunicador que sostenga que el orden, la libertad, el patriotismo, las tradiciones, ¡y la República!, son ‘ultraderechistas'.
Pero ahí ha estado el error de las izquierdas duras (y no solo de ellas, por cierto): despreciar y ningunear ese fondo de sentido común y de amores socialmente compartidos a los que los chilenos nos aferramos en momentos de crisis aguda. Es gracias a esas adhesiones que la Patria subsiste.
Por supuesto, hacía falta un liderazgo distinto, uno de esos que aparecen solo en los peores tiempos. Porque como no llegaron los tiempos mejores, sí apareció el líder para momentos muy malos. Y a pesar de que toda su trayectoria debió ser motivo de atención, los marxistas tampoco comprendieron adecuadamente quién era José Antonio Kast, ni vislumbraron la sintonía que el republicano tendría con grandes sectores de la población.
Ciegas las izquierdas extremas respecto del chileno profundo, fueron también incapaces de reconocer a tiempo al líder que lo interpretaría.
Pensaron que ya no quedaban republicanos, patriotas, chilenos libres de ideología. Creyeron que, como proliferaban los entreguistas, era imposible que hubiera alguien de otra estirpe.
En esto, también se equivocaron.