Todo el evangelio de Marcos que hemos ido escuchando domingo a domingo en este año nos presenta un gran recorrido de Jesús desde Galilea hacia Jerusalén. En el camino va entregando sus enseñanzas y anuncia la llegada del Reino. Va suscitando conversiones y también controversias con aquellos que quieren mantener las cosas como están. La meta, en Jerusalén, es la Cruz, desde donde revelará el sentido último del camino que sus discípulos deben recorrer: la entrega total por amor.
El evangelio de este domingo nos presenta a Jesús al final de este camino, ya en Jerusalén, donde pocos días después manifestará la Gloria de Dios al entregar su vida en la Cruz. El contexto es que ha tenido algunas controversias con los sumos sacerdotes del templo y otras autoridades religiosas. La razón de estas es que Jesús una y otra vez previene a sus discípulos de la actitud abusiva que fácilmente deviene del poder y los privilegios. Sin darnos cuenta, nosotros también caemos indolentemente en la utilización de las personas para surgir, encumbrarnos en los cargos, tener influencia y acaparar el poder. Son las redes de influencia que entretejen nuestra sociedad y que tanto daño nos hacen. El poder, los privilegios y las influencias, por desgracia, los reconocemos también en nuestra vida eclesial. Están en la raíz de lo que conocemos como el clericalismo. Cristo previno con insistencia a sus discípulos de esto, pues va directamente contra la lógica fraterna del evangelio. Nosotros debemos seguir con el esfuerzo por erradicarlo.
En el evangelio de hoy, el Señor presenta a la viuda del templo como lo opuesto a esta estructura de poder. Se trata de una mujer sencilla, que no es saludada en las plazas, es pobre y ocupa el último lugar en el tejido social. Podemos agregar que no es cristiana, no conoce a Jesús ni sus enseñanzas, tampoco lo sigue. Ella no llama la atención de nadie. Sin embargo, Jesús se fija en ella y la presenta como modelo de vida evangélica. Jesús quiere presentar a sus discípulos, y a nosotros hoy, la verdadera grandeza de la persona, no la que está envuelta en lujosas vestiduras exteriores. Esta viuda pobre, al dar dos monedas, ha dado más que todos los demás, pues ella no solo comparte lo que tiene, sino que comparte todo lo que es. No es que haya puesto mucho, sino que lo puso todo: "ha puesto dentro toda su vida". Ella es una imagen del mismo Cristo, que en la cruz lo da todo.
Seguir a Cristo no consiste en conocer sus mandatos, cumplir algunos mandamientos y aspirar a ir al cielo después de la muerte. Ser cristiano consiste en ser parte ahora de esa vida divina que Cristo comparte con nosotros, vivir como verdaderos hijos de Dios, compartir lo que somos y tenemos y dedicar todas nuestras fuerzas a amar y servir a los demás. Este es el proyecto del Reino al que Cristo nos invita a formar parte, que genera en nosotros una vida tan contundente que la muerte no es capaz de destruir, por lo que trasciende en una vida plena en Dios.
Sin duda que desde aquí los cristianos tenemos mucho que aportar en la forma de ser sociedad que se está gestando en nuestro país. La vida dedicada a amar y servir no es algo que queremos reducir al interior de nuestros templos o de nuestras casas, o que sea un tema entre nosotros solamente. Es la forma de vida desde la cual queremos revolucionar a nuestra sociedad. Hoy, en vez de atrincherarnos por la división que suele generar el mundo de la política, podemos aportar con el respeto al que piensa y vive distinto, sirviendo a los más necesitados y en definitiva construyendo una sociedad fraterna donde todos cabemos y somos valorados.
"Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir".
(Mc. 12, 44)