Tal vez, la famosa frase “una semana en política es mucho tiempo” debiera ser derogada en Chile. Al menos del Chile actual. Cada día se ha transformado en una eternidad y faltando justo un mes para la elección, el escenario actual —hace poco tiempo— habría sido impensado.
De los siete candidatos, tres son marginales. Uno se quedó en Estados Unidos, el otro se quedó en los años 60 y al tercero es difícil tomarlo en serio.
Así, la elección está en principio entre los otros cuatro. Y faltando solo un mes para las elecciones, el escenario es más o menos el siguiente:
Yasna Provoste no ha logrado encontrar su domicilio. En parte porque su espacio natural es aquel que colaboró en dilapidar y en parte por su naturaleza. Así, ahora Yasna no logra hablarle al centro, y en vez de estar equidistante de los extremos, ha ido a disputarle el voto a la izquierda dura. Más que jugar a ser el Eduardo Frei de 1964 ha intentado ser el Tomic de 1970, y el resultado puede ser parecido. Y si bien en los últimos días ha intentado hacer un giro, como en la fábula de Esopo, es probable que prime su naturaleza.
Sebastián Sichel parece haberse desfondado. Ello se explica porque lo unía a su electorado solo una conexión instrumental (de parecer el más competitivo para derrotar a Jadue). Eran pocos los que lo querían y menos los que se sentían identificados con él. Y apenas lo vieron flaquear, lo abandonaron. Así son muchos los que se habían pasado en una semana de Lavín a Sichel, que se demoraron otra semana para pasar de Sichel a Kast. La reivindicación del centro podrá juntar algo, pero ya parece claro que no será suficiente.
José Antonio Kast ha sido la sorpresa. En parte por los propios errores de Sichel y en parte por un mensaje claro y creíble. Así, tocando con su flauta las melodías del orden, del ultraconservadurismo moral y del liberalismo económico le ha vuelto el entusiasmo al sector. Si a ello se suman bolsones de votos evangélicos, antiinmigrantes y antiviolencia, el bajo techo inicial se ha ido elevando de manera importante.
Gabriel Boric es el candidato de los tiempos, qué duda cabe. Representa el 18 de octubre y el 25 de noviembre. Representa la continuación de los movimientos estudiantiles. Representa el antimodelo. Sus comentados tropiezos con las cifras no serían graves si no fuera porque ratifican el peor fantasma que arrastra: que no está preparado para gobernar. Sus convicciones democráticas y su capacidad se han visto opacadas por sus constantes errores. El infantilismo de llamar “José” a “José Antonio”, propio del bullying colegial, no hace más que ahondar un problema que no soluciona con una ida a la barbería.
Así, faltando solo un mes, empieza a clarificarse algo que hace pocos meses era impensado: una elección polarizada entre la derecha junto a la extrema derecha, y la izquierda junto a la extrema izquierda.
Un candidato cooptado por el Partido Comunista y otros sectores derechamente no democráticos. Que quiere imponer un consejo en los medios de comunicación siguiendo las viejas recetas bolivarianas. Que quiere indultar delincuentes, que quiere revisar los tratados internacionales, que no desalojará las tomas, que obligará a los dueños de las empresas a ceder el 50% del directorio.
El otro candidato que admira a Trump y Bolsonaro, que quiere construir zanjas, que propone la derogación de la ley de interrupción del embarazo en tres causales, que cerraría el Instituto Nacional de Derechos Humanos y que incluso se saldría de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU.
Así, el centro se está quedando vacío.
“Hoy el Chicho nos ilumina en la memoria y su legado sigue más vivo que nunca”, dice uno. “Si Pinochet viviera votaría por mí”, dice el otro. Dando cuenta de que esta elección, en el fondo, se produce bajo la sombra de Allende y Pinochet. Dando cuenta de que 30 años no es nada. Dando cuenta, en el fondo, de que la profunda ruptura política de Chile no es más que una muestra del rasgo que hoy caracteriza a muchas democracias del mundo.
Probablemente nos enfrentaremos a una segunda vuelta entre los dos extremos. Si ello ocurre será el verdadero final de la transición. Las dos coaliciones que dominaron los 30 años quedarán por primera vez fuera. Ello augura un fuerte incremento de la polarización. Y tal vez, como en el ejemplo del siglo XIII del asno de Jean Buridan, habrá un grupo que ante igual distancia de dos montones de comida, por indecisión, terminen muriendo de hambre. O, en este caso, quedándose en la casa el día de la elección.