Alejandra, empeñosa, persistente, vencedora de obstáculos, buscadora de aportes, egresada. Se encontró en la universidad con una investigadora líder en neurofisiología. La conocía.
La investigadora la invitó a integrarse a su laboratorio. La Ale quedó helada. Tenía otros planes: “Quiero estudiar en Australia y aprender inglés”. “Lo del inglés, te lo compro”, le dijo la investigadora. “Pero, piénsalo”.
El martes, mi nieta aceptó. Trabajará en investigación neurofisiológica. Tiene genes, mi tío más famoso, Joaquín Luco, investigó en esa área.
El caso de mi Ale coincide con la historia del armenio Dr. Ardem Patapoutian, ganador del Nobel de fisiología hace una semana. Recién entrado a la U. de California en Los Angeles, se integró a investigar en un laboratorio. Quería conseguir que el director, eventualmente, le diera buenas recomendaciones y así poder entrar a Medicina. Me dio gusto su declaración al New York Times:
“Me enamoré con el trabajo del investigador en ciencia básica; eso cambió la trayectoria de mi carrera”. El NYT dice que el Dr. Patapoutian fue derivando a estudiar el sentido del tacto y el dolor porque son muy misteriosos. Y lo cita: “Encontrar un campo que no se entiende bien es una gran oportunidad para acometerlo”.
Hace años, acompañé a un grupo de adolescentes talentosos de Penta UC a un laboratorio en Biología UC equipado con microscopios maravillosos, uno para cada alumno. Los ayudantes de la cátedra habían dejado preparaciones listas para que ellos observaran. Me estremecí con sus ojos abiertos cuando entraron y vieron los instrumentos y los mesones listos para ellos. Y luego, su admiración al observar.
En otro laboratorio, el de óptica fotónica en la U. de Concepción, les pregunté a los ayudantes de investigación, ingenieros recibidos, por qué trabajaban ahí si en el mercado laboral podían ganar sueldos fuertes. “¡Es que es esto lo que nos gusta!”, me dijo uno.
El miércoles de la semana pasada, en la U. de Viña del Mar, durante el lanzamiento virtual del libro “Narrativas desde el periodismo científico”, sobre la obra del periodista Eduardo Reyes, le pregunté sobre su oficio. Me dijo: “Partir del laboratorio y llevarlo a la gente”.
La Fundación Ciencia & Vida desarrolló durante nueve años 13 sesiones de laboratorio de ingeniería genética donde participaron más de 200 líderes de opinión, entre ellos, el Presidente Ricardo Lagos, Patricia Politzer, Claudia Bobadilla, Chantal Signorio, Giorgio Jackson, Alejandra Mustakis, Agustín Huneeus, Leonidas Montes, Conrad von Igel, Álvaro Díaz… De blanco, con pipetas en mano, secuenciando ADN.
La gran transformación de la educación básica en ciencias tiene que ver con enfrentar a los niños y niñas a trabajos de laboratorio. Asumen desafíos como describir un chanchito de tierra, o desarrollar cultivos hidropónicos, o medir la contaminación. Laboratorios al alcance, como cuando plantamos lentejas.
No siempre experimentar es algo sublime. Recuerdo un científico que optó por la comunicación de la ciencia, frustrado porque una y otra vez los experimentos fracasaban. Porque una y otra vez, pedir recursos era una humillación.
Por suerte, mi nieta Ale es extraordinariamente persistente. Ojalá el laboratorio se encargue de seducirla.