El centro astronómico en La Palma, Islas Canarias, cerró sus 17 telescopios para preservarlos del polvo de la erupción en el volcán Cumbre Vieja.
Cerró también la reunión “Cielos oscuros y silenciosos para la sociedad y la ciencia”, que empezaba ahí anteayer. Hasta el jueves, ocurrirá en línea (https://bit.ly/2Wqi2CX).
Entre tanto, empresas globales de telecomunicaciones seducen a gobiernos y a ciudadanos con servicios de conectividad que requieren más y más satélites: mancharán los cielos. Chile, centro astronómico mundial, está amenazado.
El documento “Cielos oscuros y silenciosos para la ciencia y la humanidad” (https://bit.ly/3kUFt0I), preparatorio de la reunión en curso, define el problema, propone mitigaciones.
“…el espectáculo prístino del estrellado cielo ha inspirado a la humanidad desde tiempos prehistóricos y esta herencia cultural debe ser protegida con celo”, dice.
Convoca a proteger la admiración que suscita el cielo límpido, a cuidar a quienes —científicos o aficionados— analizan los fenómenos cósmicos, a proteger el bio-ambiente, que depende de la oscuridad.
Convoca a cada país. Pide normas para un firmamento que sea nuestro.
Celebra el Santuario de cielos oscuros Gabriela Mistral en el Norte. La oscuridad une a los habitantes en la contemplación, mejora la vida. Y turistas buscan en Antofagasta esa presencia estelar; aumentan, según Airbnb, un 327% cada año.
Pero miles de satélites lanzándose contaminan la astronomía óptica y la radioastronomía.
“Cielos oscuros” estima un escenario con 78 mil satélites. Starlink Generation 2 instalará 30 mil a un máximo de 600 km sobre la superficie terrestre; One Web 2, 48.000, a unos 1.200 km.
Asustan los gráficos detallados del cielo sobre nuestros cerros Tololo y Pachón: un astrónomo observando las Nubes Magallánicas en el futuro Observatorio Rubin en el Pachón sufrirá dos huellas de satélites por minuto, toda la noche (p. 127). Ahí mismo, el telescopio Simony, doquiera apunte, tendrá a lo menos un satélite a la vista, pero puede llegar a ver 30.
Agreguemos la basura. Un satélite orbitando a 550 km tardará 12 a 18 años en caer; uno a 1.200 km tardará más de mil años (p. 135). La U. de Antofagasta y el Observatorio Europeo Austral estudian los nuevos satélites de órbita baja.
Hay mitigaciones posibles. El Taller de constelaciones satelitales celebrado el 2020 recomendó nueve. Pero “Cielos oscuros” afirma: “Si los cien mil o más satélites de órbita baja que se proponen son lanzados, ninguna combinación de mitigaciones podrá evitar el impacto de las huellas de satélites en los programas científicos” (p. 143).
“… la astronomía lo pagará caro. Es imposible estimar el daño exacto: las oportunidades científicas no tienen precio. (…) ¿Cómo calcular cuánto sufrirán el conocimiento y la apreciación del universo al perdernos nuevos e impredecibles descubrimientos?”.
Desafío para la Cancillería y los ministerios de Ciencia, de Telecomunicaciones.
Los astrónomos parecen malditos. También los poetas.