No ha sido neutra la reacción del Presidente Piñera frente a las claras palabras del Arzobispo de Santiago, relativas a la familia.
Ha dicho el Presidente que comparte “los valores que ha expresado el Arzobispo de Santiago: el valor de la vida, de la familia…”. Pero, segundos después, ha quedado en evidencia que aquellas eran solo palabras de buena crianza, porque el mismo Piñera las ha contradicho: “Tenemos que reconocer que en nuestro país no todas las familias están unidas en un matrimonio; por eso es muy importante que la legislación proteja a todos los niños y a todas las familias”, afirmó.
Protección. El Presidente cree que la ley debe proteger a la familia. Buena cosa. Pero resulta evidente que la familia no es ya para Piñera una realidad determinada, sino un concepto en expansión. No hace falta saber Derecho —y supuestamente la ley algo tiene que ver con el Derecho— para comprender que, si se quiere usar la ley para proteger, hay que saber qué es lo que se va a custodiar.
En el caso de la familia, los polos que pueden definir la naturaleza del bien protegido pueden expresarse en estos dos extremos: “La unión fiel de un hombre con una mujer, abierta a la vida”, por una parte, y “el amor”, por la otra. (Esta dicotomía no es arbitraria, ya que el mismo Piñera ha afirmado que “debemos profundizar sobre el valor de la libertad, incluyendo la libertad de amar y formar familia con el ser amado”.)
Si el bien a proteger fuese solo “el amor”, bajo cualquiera de sus formas —reales o supuestas—, no habría motivo alguno para que la ley —ese instrumento que el Presidente Piñera afirma valorar— dejase de reconocer y proteger toda la amplísima gama de vínculos posibles entre “enamorados”: uniones de dos o más hombres con una o más mujeres, vínculos entre dos o más mujeres con uno o más hombres, y así sucesivamente, todas las combinaciones posibles entre los múltiples supuestos géneros. (Años atrás, alguien se preguntaba por qué no podría ser considerado “familia” un condominio que decidiese adoptar en conjunto a un solo niño. La posibilidad resultaba repugnante al sentido común, pero no a la lógica con la que se extiende el concepto de familia más allá de su sentido natural).
Sería ciertamente injusto pensar que el Presidente Piñera quiere llegar a esos extremos, aunque la duda quedó sembrada cuando poco después agregó que el mundo laico, el de las leyes, “es obligatorio para todos y creo que la ley tiene que proteger a todas las familias”. ¿Cuáles son “todas las familias” para el Presidente? ¿Con qué lógica podría referirse a las uniones homosexuales como “familia” y, al mismo tiempo, descartar como tal a las diversas formas de poligamia?
Más desconcertante aún es la postura de Piñera si se recuerda que solo pocos días antes había afirmado —correctamente— que “los padres tienen el deber y derecho preferente de formar y educar a sus hijos”, y que “una mayoría de constituyentes, al no reconocer este derecho de los padres, está debilitando gravemente la familia”.
Caramba: aquí aparece “la familia” en singular, la integrada efectiva o virtualmente por padres e hijos. Y como no se sabe que el Presidente favorezca la adopción de niños por parte de parejas homosexuales, daría la impresión de que en “los padres” está implícita la diversidad de sexos (lo que alguien ha recordado, con ironía, que parece ser condición para la gestación de la nueva vida). O sea, el mismo Piñera que quiere proteger a “todas las familias”, cuando se descuida, parece develar que conserva todavía en su interior un concepto claro de “la familia”.
Sea cual sea la concepción de familia que cada uno tenga, habrá que concluir que el Presidente está muy confundido en esta materia.