Ojo.
No es Lasarte.
No fue Rueda.
¿Qué es? Es la necesidad de enfrentar la realidad. Nuestra realidad futbolística tiene déficit antes que superávit, más sequía que cosecha. Una realidad que logramos esquivar durante un tiempo al aparecer una excepcional generación de jugadores que fueron inicialmente trabajados por José Sulantay y luego por Marcelo Bielsa. No fueron la creación de nadie; aparecieron por generación espontánea, la misma que aparece cada cierto tiempo en todas las manifestaciones deportivas del país. Sin plan, sin orden ni concierto. La generación espontánea ya no se aplica a formas de vida, pero que sí vale para este caso (usted puede llamarla casualidad si quiere).
No somos un país generador de grandes futbolistas. Para eso están Argentina y Brasil. No somos un medio productor de grandes equipos campeones, como que seguimos celebrando como si hubiese sido ayer el título de Colo Colo en la Libertadores de 1991. Son 30 años y aún se hace dinero con réplicas carísimas de la Copa, camisetas alusivas y sin que nadie se sonroje. No somos productores de grandes selecciones, salvo la de 1962, la de la generación dorada, que hoy languidece y a cuyos triunfos nos acostumbramos. Muchos creyeron (creímos) que su vigencia podría extenderse a través de jugadores que emularían a sus ídolos. No ha sucedido.
Es decir, estamos volviendo a la realidad más que centenaria que antecedió a este plantel mágico de las clasificaciones sin calculadora y de las copas América sucesivas.
Volvemos, entonces, a pensar en los entrenadores que mágicamente nos permitirán romper el círculo de las derrotas, la incertidumbre y la insatisfacción reiterada. Y la desilusión (porque igual nos seguimos ilusionando) y el desencanto (porque vivimos en un perpetuo encantamiento).
No es fácil salir del pantano. El medio es difícil. Fernando Riera es ahora señalado con orgullo y pudo hacer su trabajo gracias al trabajo de la prensa seria y al apoyo directivo, pero había grandes bolsones de mediocridad que lo atacaban. A Bielsa aún hay quienes lo destrozan en el análisis y no le atribuyen importancia alguna en nuestro desarrollo. Luis Álamos enfrentó una crítica durísima en su propio club y en su trabajo de seleccionador a pesar de su enorme entrega.
Hoy existe un gran número de aficionados ya eligiendo al sucesor de Lasarte. Pero si usted les pide nombres (lo hago en redes sociales), optan por el silencio o dan opciones inalcanzables (Guardiola, por ejemplo) o ridículas.
Si algo hay que hacer, es empezar por buscar un reemplazante para Pablo Milad, cuyo ejercicio es un desastre, y ver la manera de producir jugadores de calidad. Y olvidarnos de tonterías.