Veinte minutos esperando a que alguien preguntara algo, sobre preferencias respecto a qué comer o qué beber. Antes fue el sentarse en una mesa al lado de una estufa apagada, lo que quedó en eso: aguantar el frío hasta cambiarse a otra nomás, que sí estaba templada. La verdad es que tampoco era abundante, en esta ocasión, el personal con que contaba el Malva Loca de Espacio CV. Y, además, tampoco estaba muy enterado ni entrenado (atender bien es un oficio que, además, se hace sin estar viendo el celular). Aparte, ni hablar de buscar el baño en el interior: tampoco había a quién preguntarle hacia dónde había que ir. Buscar contacto visual con alguien a quien consultar fue tarea frustrada.
En fin, que no fue una experiencia muy feliz a nivel usuario. Y en lo referente a la cocina, tampoco fue jauja.
De entradas, un tártaro de filete cortado a cuchillo ($9.900), bien montado y presentado, pero con exceso del aporte trufado. Lo singular de este complemento, tal como dijo Huidobro respecto al adjetivo, es que “cuando no da vida, mata”. En este caso, fue elegantemente cargante a la nariz. Y los ligeros “toques de mango” de la carta eran cubitos bien duros y verdes de la fruta en cuestión. La otra entrada es un buen ejemplo de una cocina más de concepto que de sabor: unas gyozas, esas clásicas empanaditas orientales, servidas con un doblez emulando al de unas miniempanadas de pino. Gracioso. En la carta aparecen como “gyozas achilenadas” y, al solicitar a quien atendía, que trajera esas gyozas rellenas de piure de la carta, no sabía que eran las mismas. Un error de administración más que de personal (“capacitación” le dicen). Y sobre el plato mismo, un exceso. Porque no solo venía el piure en el relleno -con cilantro y alga, que nada se notaban-, sino que además, para más inri, como salsa. Un pleonasmo culinario. Se dejó la mitad y, nueva sorpresa, a nadie le sorprendió.
De los fondos, tres. No había un roll tempurizado con atún, así que se pidió uno que venía con leche de tigre ($10.800). Error grave el que llegó, porque un pote con jugo de limón no es leche de tigre. Además, se trataba de un roll picante -¿demasiado shichimi togarashi en el espolvoreo?-, lo que no se advierte en la carta. El tema es que el ají le ganó al salteado de ostión, camarón y maní que va encima de los cortes del roll. Y del interior, si hubo salmón, nadie se enteró.
Lo siguiente fueron dos sándwiches. Nuevamente en la veta humorística, un bao en forma de marraqueta ($4.500) y, hay que decirlo: en este caso, bueno el chiste. Con un trozo de pescado frito perfecto, ensalada chilena y su chorreo de mayo: crujientes y muy achilenados dentro de este suave bollo de harina de arroz. Bien lograda también la hamburguesa con mezcla de carne y morcilla ($8.800), nombre este último que se utiliza para la prieta con arroz, que en este caso era nuestra modesta y sabrosa prieta nomás. Esperemos que no le digan cerdo al chancho también.
De postre, un flan muy planito y cargado al queso azul ($5.000), con porongos de dulce de membrillo, de toffee salado, cubitos de manzana asada y frutos secos crujientes. Una preparación que habría hecho exclamar al esteta Mies van der Rohe su principal máxima: “Menos es más”. Eso, pues. Y que una mejor atención también es más: eso lo dice un servidor.
Alonso de Córdova 4355, Vitacura. 2 33234340.