Corrientemente, los jóvenes que ingresan a la universidad experimentan un quiebre en términos pedagógicos y emocionales. Para la mayoría representa un paso crucial, que pone a prueba sus capacidades y madurez, en un ambiente desconocido y con mayores exigencias intelectuales.
Desde que se implementó la gratuidad (2016), esta situación representa un gran desafío, porque se matricula un alto porcentaje de estudiantes provenientes de sectores vulnerables. Ellos deben enfrentar la experiencia en condiciones desventajosas, por limitaciones socioeconómicas y académicas. Suelen estar menos informados sobre lo que representa la universidad y las características particulares de la carrera que “eligieron”.
En el primer y hasta segundo año se puede constatar qué alumnos tienen dificultades para adaptarse a las dinámicas propiamente universitarias. Cuesta que se comprometan con sus estudios por diversas razones atribuibles a su condición; incluso algunos deben trabajar para la mantención personal diaria o asumir responsabilidades familiares. Todas circunstancias que generan frustración y estrés. Quienes se dan cuenta de que aprenden y valoran se integran bien, pero un porcentaje de alumnos se estanca o se mantiene con rendimientos regulares, afectando su trayectoria. En este sentido, las tasas de “retención” de años iniciales quizás sean engañosas.
Las universidades han asumido la responsabilidad, mediante la dirección de asuntos estudiantiles o vicerrectorías, con apoyo psicológico, asesorías personalizadas, talleres de diferente naturaleza y también directamente en las escuelas, pero son actividades cuyos buenos resultados son parciales, porque mucho depende de la constancia de los alumnos, mientras otros invisibilizan su desacierto al no reconocerlo. Hay que tener en cuenta que el Sistema Único de Admisión, y la PSU específicamente, no predice bien el desempeño futuro de los estudiantes, al parecer. A su vez, un porcentaje alcanza a matricularse portando puntajes medianos (el mínimo para postular es de 450 puntos). Se entenderá que para las instituciones la tarea es de proporciones.
Se ha investigado el asunto en otros países y diseñado un diagnóstico que permitió preparar programas con contenidos temáticos y de desarrollo personal, aplicado al currículo de primer año. A su vez, profesores elaboraron estrategias de aprendizaje que desplegaron en disciplinas específicas con el objeto de mejorar los niveles de compromiso de los estudiantes. Iniciativa que se podría implementar en nuestro país obteniendo muestras a nivel nacional, capturadas por el Sistema Nacional de Información de Educación Superior u otra entidad. Sería muy buen insumo para el sistema en general. El tema es relevante, para que la democratización universitaria sea efectiva, mucho más que solo asegurar el ingreso. Debe traducirse en una genuina oportunidad de crecimiento personal, cultural y en buenas titulaciones, “competitivas”. Está siendo el tiempo de conocer resultados nacionales al respecto, con información rigurosa, incluyendo ojalá el destino laboral de las primeras cohortes del nuevo régimen de ingreso.