Una Constitución no es una lista de supermercado
Una pena, la verdad, porque no hay nada como una lista de supermercado de letra clara, ordenada e idealmente focalizada: verduras, conservas a un lado, snack y bebidas alcohólicas (acá está el carnet) bien detalladas.
Una lista precisa, rendidora y bajo la ley de la hospitalidad, donde es mejor que sobre a que falte.
Un supermercado abundante en productos y por ahí diviso ofertas y par de detergentes por el precio de uno, tres dentífricos por el costo de dos y tres cloros por uno y ¿no será mucho el cloro? Lo llevo igual.
Me encantaría que la Constitución fuera como una lista de supermercado. Me tranquilizaría. Es el territorio compartido. Voy por el cuerno de la abundancia y camino entre espacios amplios, carritos con ruedas engrasadas, pasillos precisos, numeritos por arriba, flechas por el suelo y ahí está la estructura clara y la base sólida.
Gracias por un texto legal que es como una lista supermercado y una guía para justos y pecadores, en otras palabras: la más menor de las minorías y la enorme mayoría.
No hay que matar al mensajero
Es lo primero que hay hacer. Esto no se atrevió a escribirlo Maquiavelo, pero estaba en su ánimo. Un mensaje no es ni bueno ni malo, solo es lo que es en un contexto preciso y una época determinada. Cuando eso se modifica, y eso siempre ocurre, la información no será ni tan mala ni tan buena, acaso todo lo contrario. Dese el gusto. El que se anima a traer una mala noticia, lo paga. El que agita la novedad, lo mismo. El pajarón sonriente que porta la buena nueva, también. Además los mensajeros, por lo general, son gente chueca, irónica y se creen inteligentes. Son los peores.
El gatopardo
Reemplacen de una vez por todas la frase típica: la de cambiar algo, para que la cosa siga igual o más o menos parecido y patatín patatán. Propongo la siguiente, es intergeneracional y del mismo libro, así que pásenme el dedo, que yo les pongo el anillo.
-Nosotros fuimos los gatopardos, los leones. Quienes nos sustituyan serán chacalitos y hienas, y todos, gatopardos, chacales y ovejas, continuaremos creyéndonos la sal de la tierra.
¡Salud¡
No hay que decirlo más. Busqué en Google el porqué se exclama “¡salud!” frente al que estornuda, y el motivo se remonta al pasado y me quedé en el siglo VI y un Papa que en época de peste estableció una señal para identificar y estigmatizar: está enfermo, cuidado, necesita cura y por eso “¡salud!”.
Durante los años que lo dije fue por educación, tanto así que el que estornudaba, lo hacía y respondía gracias. Ahora escucho y escapo, si es en el supermercado, arranco a dos pasillos de distancia, si en la calle, me doy vuelta y me alejo con irritación y desagrado, como si esa persona fuera un maldito infectado. Estamos peor que antes.
Una Constitución es la casa de todos
Sería un espanto. La casa de todos recuerda al universo del criollismo y a esos sitios de juerga, remolienda y lupanar. En vez de un espacio público y por eso descuidado, prefiero que sea la casa de los civilizados, democráticos y tolerantes. Y esos nunca serán todos. No nos engañemos.