Aunque parezca increíble a estas alturas de la evolución futbolera, la FIFA, la Conmebol y los grandes clubes europeos consiguieron lo que parecía un despropósito en la era moderna: dejar las grandes decisiones en manos de los jugadores. Como suele ocurrir cuando los grandes problemas no tienen un carácter claro, el poder se diluye entre tanta retórica absurda y lejana.
El caos tiene varios padres, partiendo por la FIFA, que no supo montarse en el lomo de la pandemia. Hizo reglamentos provisorios, aplicó manga ancha y finalmente ha visto, impávida, los reclamos lógicos de instituciones que invierten salvajadas para mantener planteles de alto estándar, sabiendo, por lo pronto, que esos mismos funcionarios han hecho la vista gorda con el Fairplay financiero. El problema no es solo esta fecha, sino que la siguiente y las que vienen, sencillamente porque para jugar una Copa del Mundo en Qatar hubo que mover calendarios, cuadrar círculos y vender la madre al mejor postor.
La firmeza que tuvo Infantino para atacar a la Súper Liga se esfumó ahora, cuando debía golpear la mesa, sencillamente porque desde Asunción nadie le prestó ropa. Empecinados como estaban las federaciones del continente en organizar una Copa América (saque la cuenta cuantas van en los últimos años), dejaron pasar la exquisita posibilidad de adelantar camino al Mundial y ahora, como era lógico, el calendario no aguanta más. Las fechas triples son una burrada de proporciones infinitas, no sólo por el desgaste y la premura, sino que también porque no hay organismo que aguante jugar en alturas, con calor infernal o viajes infinitos, como sucede en Sudamérica.
Impávidos, en la lujosa sede de Luque, Domínguez y sus amigos vieron como todo se les iba de las manos sin capacidad de reacción. Los mismos que habían suspendido en los días previos los sudamericanos juveniles, la Libertadores femenina y cualquier competencia que no suponga dineros a manos llenas como la Libertadores, no tuvieron argumentos ni fuerza para oponerse a la Premier o a la Liga. ¿Qué hicieron? Llamaron a los futbolistas a rebelarse, una decisión que puede salvar la fecha, pero que también puede hundirlos en el futuro.
Los millonarios traspasos registrados en Europa en las últimas semanas ratifican una verdad: el fútbol ha pasado a manos de inversores qataríes, chinos, filipinos, árabes o estadounidenses, quienes, como ocurre en todas las latitudes, miran primero el bolsillo propio más que las tradiciones competitivas. Ante eso hay que ser precavidos, priorizar torneos, cautelar calendarios y, sobre todo, preservar la materia prima. La rebeldía de las estrellas contra sus clubes no sólo está motivada por el encomiable deseo de defender los colores patrios, también de golpear la mesa para dejar en claro su propia cuota de poder.
Esta semana veremos librarse la mayor de las batallas de los últimos tiempos. No será en la cancha ni en las oficinas. Será en los aeropuertos, con idas y venidas. Donde habrá quienes se embarquen y quienes se queden en tierra, atrapados en una maraña burocrática y millonaria que no tiene Dios ni ley posible. Porque, claro, así son todas las guerras.