Hay quienes aman el picante, como ese tan singular que sube por la nariz gracias al wasabi japonés, o aquel anclado en las aromáticas especias del rogan josh indio. Es quien llora feliz por el máximo grado de un plato thai o que se agencia, con regularidad, su cuota del bok choi en formato de kimchi coreano. Es aquel que se arriesga a recuperar su esófago después de unos minutos de darlo por perdido, que se blinda con un omeprazol y que se prepara para este combate junto a su vaso de leche (o con una bebida láctea, como el lassi). A esa persona enamorada del ají está destinado el delivery (sin restaurante) de Sichuan Ma La.
De las diversas cocinas regionales chinas, la Sichuan es reconocida por abusar (o usar con un extremo amor) del picante. De ella son pocos los platos que se encuentran por acá, donde campea a sus anchas el recetario cantonés. Un pollo picante por allí, un guiso alucinante como el mapo tofu por allá. Pero que alguien ofreciera solo una selección de sus platos, nunca antes hasta ahora (siempre hace falta más gente así, un poquito loca, la verdad).
Se pidió toda la carta, que es breve y —huelga decirlo— picante. Primero, un plato de singular historia, ya que es megapopular en Estados Unidos, donde ha mutado hacia lo muy agridulce y el salseo espeso: el pollo kung pao ($8.000). En este caso es más fiel al origen: cortada la carne en trozos pequeños y hecha sin recocer, con cebollín y maní como comparsa principal. El picor complementa y no avasalla —además es menor—, al igual que ocurre con unas delicadas berenjenas agridulces ($7.000), cosas buenas.
Luego fue el turno del chancho Yuxiang ($8.000). Este viene cortado en tiritas, al igual que unos hongos, zanahorias y apio que lo acompañan. Es un plato fragante y en el que, nuevamente, los ingredientes se contrapesan con la carga de ají. Con arroz de compañía, maravilloso (en este caso, se hizo en casa, pero se puede pedir). En cambio, con el mapo tofu ($8.000), hemos probado algunos con menos aceite y con una proporción algo mayor de la proteína acompañante (la tradicional puede ser vaca o chancho, o ambos, que en este caso fue carne vegetal). Una nota ligeramente amarga tampoco se sintió muy grata.
Para terminar el prontuario completo, unos fideos dan dan ($6.000). En este caso, para un próximo pedido, se optará por la variante sin ají. Y tendrán que ser los gastrónomos moleculares quienes expliquen por qué, en esta situación en específico, la carne, el maní y los cebollines no lograron compensar el ardor. Porque muy sabroso estaba, pero cuando un plato de tallarines así de rico resulta difícil de terminarse, algo pasa. Además, tampoco hay que ser TAN picantes, ¿o no?
En fin. Se pide a través de sus redes sociales o WhatsApp, tienen sus tiempos establecidos para despachar (en este caso, fueron algo lentos, ojo) y hay que decirlo: si no se apoya a esta singularidad, después no hay cómo quejarse de tanta repetición aburrida (¿otro “sushi”? Traigan la katana, por favor).
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