Es pretemporada en la liga de fútbol americano de los EE.UU. (NFL). El número 80 del equipo de Washington recibe el pase, gira y corre hasta que el 41 de los New England Patriots lo tacklea. El 80 se para y vuelve a la formación, el 41 queda en el suelo. En las gradas, fanáticos con banderas chilenas festejan. ¿Se equivocaron de deporte? No. El 80, Sammis Reyes, es el primer chileno contratado en la millonaria NFL.
Reyes nació en Talcahuano y temprano su familia se movió a Maipú. Con casi dos metros de altura (1.96), practicó por años básquetbol. Fanático de Lebron James, jugó por Chile en la sub-15 y en un viaje a EE.UU. por la selección olfateó que mérito y trabajo podían llevarlo a la NBA. Así lo relata un reportaje de la famosa Sport Illustrated al nacional.
Entonces, sin inglés ni red de apoyo en el exterior, con 14 años se fue a vivir a Florida. Allí terminó el liceo para luego entrar a la universidad. Tulane, en New Orleans, lo reclutó. Jugó por su equipo un par de temporadas hasta que descubrió el football. Si es extraordinario ver a atletas de dos metros saltar para encestar un balón, imagínese verlos correr y chocar para recibir una pelota ovalada que puede viajar a 90 km por hora en un juego táctico y complejo.
¿Mucha competencia para llegar a la NFL? Infinita. Los sueldos superan el millón de dólares con facilidad y menos del 1,6% de los jugadores universitarios firma un contrato profesional. Todos son grandes y talentosos. La diferencia la hace la disciplina, esfuerzo, ambición y un poco de suerte. Sammis juega, destaca y domina en esa cancha, sumándose a la corta lista de deportistas de élite nacional.
Para quienes apreciamos el mérito, cada logro de Reyes genera sana envidia y admiración. Es que no hay nada más justo y revolucionario en la humanidad que el principio de la meritocracia.
Sin embargo, en lo que es una involución, esta visión se ha comenzado a estigmatizar.
El punto es analizado por Adrian Wooldridge en su último libro, “La Aristocracia del Talento”. Parte de las críticas a la meritocracia, plantea el autor, se debe a la rebelión de las élites en contra del mismísimo ideario que las debería moldear. Esto, claro, es el resultado de una confusión: una cosa es el principio y otra las fallas o dificultades de su implementación.
Chile ofrece ejemplos del error. Ante la incapacidad del sistema educativo por promover el esfuerzo, se bajó a los estudiantes de los patines. Se culpa al mérito de la presión por triunfar, pero no se repara en que la competencia por trabajos más escasos en una economía estancada gatilla igual sensación. Y si bien, como en otras sociedades cerradas, los privilegios inmerecidos existen, plantear que la solución es eliminar la “tiranía” o la “trampa” de la meritocracia es una brutalidad.
Y es que si no es en base al mérito, ¿cómo generar movilidad social y personal? Desde una perspectiva histórica no hay alternativas. La meritocracia, Wooldridge explica, es el resultado de nuestra evolución. Reyes por esfuerzo, no por privilegio. Desde Talcahuano a la NFL en una generación, ¡imagínese! Un campeón.