“Un montón de gente no es una república”, advertía Aristóteles hace un buen rato ya. Pero hay un montón de gente que aún no se entera de eso.
Esta semana se propuso en una subcomisión de la Convención Constitucional que debe eliminarse cualquier referencia a la “República de Chile” en el reglamento y otros textos que vengan. Asimismo, se plantea dejar de lado el himno patrio, la bandera chilena (que al menos debería aparecer en compañía de varias otras) y la existencia de “regiones”, que deberán denominarse “territorios”.
Así las cosas —y si ya no seremos una república— no queda más remedio que hacerse la pregunta que, después de relaciones amorosas indefinidas, quisimos nunca volver a hacer: ¿y ahora… qué somos?
Ciertamente no podemos volver a ser una monarquía, por mucho que se use mucho el “mi reina” o el “parece un príncipe”.
Supongo que tampoco nos resignaremos a ser solo “un montón de gente”, como decía el filósofo griego, o “no ser nada”, como dice el redundante dicho chileno “no somos nada”.
¿Y entonces, insisto, qué somos?
Bueno, la opción que se plantea también en la Convención es que seamos un “estado plurinacional”.
“¿Qué vendría a ser eso?”, se preguntarán ustedes. Bueno, un territorio compuesto por pueblos-naciones distintos; los más definidos, los de carácter indígena preexistentes al Estado. Así, entre todos los pueblos tendríamos que distribuirnos el poder.
Resuelto el “¿qué somos?”, pasemos entonces al “¿qué soy?”. O, en mi caso, al ¿“qué diablos soy”? Dada mi mezcla genética comprobada por un test de ADN reciente. ¿A cuál de esos pueblos puede pertenecer un tipo como yo, en cuyas venas corre sangre indoamericana, española, portuguesa, judía, árabe, celta, vikinga y africana?
¿Qué soy, Dios mío? ¿Podré seguir denominándome chileno, o pasaré a ser un apátrida huérfano, nómade y errante?
Esperen, ¿y qué pasará con el Partido Republicano de José Antonio Kast? ¿Desaparece en cuanto entre en vigor el reglamento? Porque si ya no hay “república” entonces tampoco puede haber Partido Republicano. ¿Lo habrán hecho para eso también?
A ver, y si no hay república, ni regiones, supongo que tampoco hay límites geográficos que dibujen esa república; y si estamos retrocediendo al instante previo a la formación del Estado, para partir en verdad desde cero, desde la hoja en blanco total radiante, desde la nada misma, ¿qué vendría a ser Chile?
¿Podrían, por ejemplo, los pueblos originarios del norte ponerse de acuerdo entre sí para convidarse mutuamente sus territorios y así, digo, permitir que los pueblos que hoy habitan el territorio boliviano habiten también el territorio que aparece como chileno en los mapas? ¿Podría, entonces, el Estado Plurinacional de Bolivia conseguir acceso soberano al mar a través de un acuerdo con el futuro Estado Plurinacional Chileno? ¿O convertir el norte grande en un gran Estado Multinacional de Libre Tránsito para Todas y Todes?
No niego que esto tiene un lado entretenido, porque permite que dejemos volar nuestra imaginación para alcanzar mundos jamás descubiertos por nuestra mente. Porque sí, a ratos esto parece un nuevo descubrimiento de América.
Creo que ahora veo todo más claro: somos lo que somos.