En el Evangelio de hoy contemplamos a Jesús siendo sometido al escrutinio público de sus contemporáneos, quienes murmuran cuestionando sus palabras. El problema de fondo es que los paisanos del Señor no quieren aceptar que quien camina con ellos tenga una voz profética y que se proponga como “el pan vivo que ha bajado del cielo” (Jn 6, 51).
Frente a la discusión que generan sus palabras, la reacción de Jesús no se deja esperar. Con asertividad les dice: “No critiquéis” (Jn 6, 43). ¿Qué hay detrás de esta frase? ¿El Señor, acaso, no acepta ser cuestionado? ¿Nuestra fe rechaza el escrutinio público? Claramente que la respuesta a estas preguntas va por un camino diferente. De hecho, el mismo Jesús es muy crítico de sus discípulos, de la cultura de su tiempo y de tantas situaciones a las que interpela proféticamente para que cambien. Por ello, lo que ocurre en esta escena del Evangelio no es la invalidación de la crítica, a la cual el mismo Jesús se somete, sino que es el rechazo al escrutinio mal intencionado, que no busca ayudar ni construir, sino que denostar y quitar credibilidad.
Esto no es ajeno a nuestro tiempo. Cuántas veces nos pasa que empezamos una conversación normal con un conocido y, sin saber cómo, acabamos criticando a algún amigo, un familiar, a compañeros de trabajo o de comunidad. Y lo hacemos sin que el afectado esté presente para poder manifestar su verdad. Para colmo, justificamos nuestro proceder diciendo que es un desahogo o que, si es verdad lo que se dice, no hay ningún problema. Esta mordacidad destructiva la vemos no solo en conversaciones presenciales, sino también en los wasaps, en Twitter y en los blogs de los portales, donde somos testigos –y a veces protagonistas– de la gran masa inmisericorde que, como una avalancha, arrasa con el criticado de turno sin el más mínimo gesto de benevolencia. Un ejemplo instalado de una despiadada y antievangélica forma de criticar son las funas que, con el silencio cómplice de muchos, se han instalado como algo habitual entre nosotros. Esta violenta falta de caridad conlleva la falsa creencia de que la forma habitual de plantear una diferencia es humillando, silenciando y atemorizando al otro, invalidando la sana crítica.
El punto no está en evitar ser crítico –porque esta actitud tiene un valor cuando es constructiva y está movilizada por la esperanza–, sino que está en que debemos ser cuidadosos para no convertirnos en “jueces” permanentes que, con la pretensión de ser poseedores de la verdad, destruimos al otro, corroyendo la fraternidad y mermando la integridad de un hermano.
¿Cuál es, entonces, la forma de mantener el equilibrio y hacer críticas constructivas? Me atrevo a subrayar tres criterios que, inspirados en el Evangelio, nos pueden ayudar. El primero y la regla de oro del cristiano es la caridad. Por ello, la crítica ha de ser causada y movilizada por el amor a la persona y por una genuina búsqueda de su crecimiento, así como del bien común. Por ello, antes de criticar es bueno preguntarnos si esta acción está movida por el amor. Lo segundo es cuidar de que lo que se señala sea verdad y esté adecuadamente contrastado, porque si es un rumor que hemos oído por ahí o es una mentira, lo que hacemos es difamar y violar el derecho al honor de las personas. Finalmente, es necesario que la crítica sea hecha con delicada sobriedad y no con el destemple de la pasión momentánea porque, con ella, lo que buscamos es el bien del otro y no su aniquilación. En ese sentido resulta relevante tener siempre en la óptica el bien que se quiere alcanzar y que, en ese horizonte, también ha de estar incluido el crecimiento –y no la humillación– de quien es criticado.
Cuando logramos tener certeza de que haremos la crítica movidos por el auténtico amor, hemos de avanzar asumiendo el riesgo de un conflicto, diciendo aquello que resulta necesario, aunque sea incómodo, haciéndolo con delicadeza, prudencia y sencillez, evitando que las palabras puedan herir y matar. Y este acto ha de ser dominado, en todo momento, por la humildad de quien se reconoce pecador y que critica desde la propia fragilidad.
En un tiempo donde el transitar del país nos hace estar “efervescentes” y donde las discordias están a flor de piel, parece necesario revisar si estamos haciendo de la crítica un camino de crecimiento o una “navaja afilada” que nos autodestruye.
Buen domingo.
Jesús tomó la palabra y les dijo: “No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Serán todos discípulos de Dios”.
(Jn 6, 43-44)