Fueron muchos meses sin el Rivoli, en los cuales su brazo armado informal, la bottega (en Nueva de Lyon 0122), siguió entregando quesos, fiambres, panes, pastas y antipastos. Con unas pocas mesas, mantuvo también encendido el fuego de la cocina. Hasta ahora, porque hace unas pocas semanas reabrió finalmente el vero restaurante. Con menos mesas y despojándose de su estilo más adusto. Es como si hubieran dicho: menos trattoria, más Raffaella Carrà (ni con lycra ni lentejuelas, pero sí más informal/alegre o algo así). Con una gran barra, la característica vitrina con productos de elaboración propia y un gran dios Jano pintado en el muro principal (tremenda metáfora de la restauración hoy: mirando hacia el pasado y a lo que vendrá). Y con el mismo chef donde debe estar (¿en la tele, dando alguna cátedra, lo que sea, lejos del trabajo diario? En este caso, impossibile).
Entonces, con un Acqua panna (que realmente sabe a algo diferente, como flashback de scout ñoño sediento de guata en la vertiente: uno mismo), a pedir. Está la carta regular y una anexa variable que ofrece cositas del día. En este caso, se partió a lo grande: con un carpaccio mixto ($9.900) de salmón y pulpo, acompañado de una miniensalada de verdes y sus toques de queso. Acompañado con el pan del lugar, una de sus marcas de fábrica. Y el infaltable toque de aceite de oliva. Y lo grande fue ir por otra entrada además: una burrata (ese primo hermano de corazón más blando que la clásica mozarella), con láminas de embutidos hechos en casa y unos grissines que son de esos ejemplos a imitar, referentes desde su sencillez (a $16.900).
Como se trataba de un reencuentro, dos fondos. Total, sin apuro se llega lejos.
Primero, unos ravioles a la mantequilla, rellenos de confit de pato ($14.900). Otro ejemplo de cómo es la cocina del Rivoli: se ve sencillo, se ve calmado, con nada de suntuario, ni de experimentos, ni de maquillajes. Hasta que, con la primera mordida, aparece un sabor claro y definido. Rotundo. Y es eso, pues: el producto, y la mano que lo glorifica. Se ve simple, pero es recontra difícil. Lo mismo con un arroz atomatado con mariscos. Bello color, buena combinación de mar y grano, y parece que es mucho, pero se va comiendo entre risas y sin recreo hasta el final. Quedan las puras conchitas vacías.
De postre, un cannolo ($4.900): tubo de masa frita, crujiente, con un relleno en base a ricota con chispas de chocolate. Va acompañado de helado de pistacho, en lo que fue un final acorde y rotundo para este retorno. Y si antes los precios del Rivoli eran comparativamente más elevados dentro de la capital, ojo que poscuarentenas la pista en general se ha nivelado al alza. Y, en este caso, se mantienen dentro de lo histórico.
Y si igual lo encuentra caro, compre en la bottega. Terminará en el Rivoli después.
Nueva de Lyon 79, local 10, Providencia.
www.rivoliristorante.com