No me preocupan mayormente unas primarias tardías, fuera de foco, producto de la inepcia de quienes viven, supuestamente, de sus “habilidades políticas”. Agradezco a los candidatos su buena voluntad. Uno de ellos será elegido para ir a primera vuelta, es lo que importa.
Lo que sí me preocupa es esa primera vuelta de las elecciones presidenciales. Pienso en los dieciséis candidatos que hubo en la primera vuelta en el Perú y en lo que ha estado pasando después, ahora mismo, aquí al lado. Pienso en unas lejanas elecciones francesas en que Jospin, socialista, era el primer ministro, y los franceses de izquierda debieron votar en segunda vuelta por Chirac para evitar que saliera Le Pen y la ultraderecha. Me acuerdo de la cara de mis amigos.
¿Qué ganamos, en estos tiempos, con un desfile de candidatos poco serios en primera vuelta? La legislación vigente lo permite para elecciones presidenciales, y con ella debemos cumplir. ¿Qué ganamos con tener un Servel de lujo si deberá perder tiempo y recursos con algunos pícaros, que solo ensucian el proceso y aprovechan subsidios electorales? ¿Alguien cree que será Presidente alguno de ellos? ¿Qué ganamos con franjas electorales que serían para la risa si no dieran ganas de llorar? Solo cumplir con la legislación, cosa indispensable en una democracia. (También lo sería revisar esa legislación una vez terminado este proceso.)
La primera vuelta presidencial corre el riesgo de ser un sainete más, pero tremendamente peligroso. En efecto, la dispersión de votos introduce el azar como factor, y la segunda vuelta puede obligar a elegir entre dos candidatos que no aseguren gobernabilidad. No voy a dar ejemplos.
Es difícil creer en un súbito arranque de responsabilidad cívica de quienes ya andan buscando firmas, aunque su posibilidad de ser elegidos sea nula. Lo que podemos hacer, y estoy haciendo hoy, es poner en evidencia sobre todo el riesgo que significa para la democracia la dispersión antojadiza de los votos. Podemos ejercer, por lo menos, el derecho… a pataleo. Al votar pensemos en opciones de gobernabilidad, no en candidaturas testimoniales, y menos en la novela picaresca de robar cámara, darse a conocer y recuperar la inversión con cargo a los contribuyentes y en perjuicio de la democracia.
Sospecho, eso sí, que la democracia saldrá y está saliendo desde cenizas como estas. No todos son gritos. La Convención Constituyente se ha organizado y está construyendo una forma de conversación política muy esperanzadora. El ave fénix una vez más… Leo los balances que hacen los constituyentes desde muy distintas posturas, y me vuelve el alma al cuerpo. Oigo a Elisa Loncón: “hemos hecho ejercicios de democracia participativa”. Nos habla de paridad, de multiculturalidad, de diálogo honesto, de “amor entre nosotros”. Junto a los gritos, hay susurros, y miradas a los ojos, y esfuerzos de todos por ver lo que no hemos visto y entender más allá de nuestras anteojeras naturales. Ojalá esa forma de conversación determine nuevas convivencias políticas que claramente necesitamos. Lejos de la farándula estridente que representan los bomberos locos de la primera vuelta presidencial.