Ser europeo y reivindicar a Europa y su legado cultural dejó ser un valor incuestionado. Al contrario, criticar el “eurocentrismo” ha pasado a formar parte del nefasto “pensamiento correcto” que amenaza por doquier con condenas morales. Pero, ¿qué es Europa?, ¿cuántas maneras de ser Europa se cobijan en ella misma? Incluso más, ¿qué otra cultura ha tenido la capacidad de Europa para abrirse a otras tradiciones culturales ajenas a ella, ensayar comprenderlas, dialogar con ellas y asimilarlas? Roberto Calasso —quien falleció este jueves, a los 80 años— es un modelo de esa amplitud, curiosidad, mirada heterodoxa, atracción por las fronteras y lo que se encuentra más allá de ellas no solo en el espacio, sino también en el plano histórico. ¡Qué manera profunda y verdadera de ser “inclusivo”!, palabra que, sin embargo, no era de su simpatía.
La figura intelectual de Roberto Calasso es polifacética. Una tendencia, que pienso es insuficiente, es subrayar su tarea como editor en Adelphi, quizás una de las más prestigiosas editoriales que existen hoy, cuyo catálogo estaba definido por su conocimiento, sentido del gusto y refinamiento. Es una de las pocas editoriales de ese tamaño en que el editor todavía sabía, conocía y había leído lo que se iba publicando. Ser publicado en ella significaba, por consiguiente, un reconocimiento especial derivado de la autoridad literaria que emanaba del propio Calasso. Y el catálogo es, efectivamente, una demostración de este refinamiento, apertura y ojo de lince para separar la paja del grano.
Pero Roberto Calasso es mucho más: fue un escritor excepcional, un estudioso erudito y original de la literatura y la cultura “comparada” —disciplinas que, por la especialización académica, se hallan en extinción y casi nadie se atreve a intentar— y un pensador necesario de nuestros tiempos. Discípulo de Mario Praz e integrante del círculo intelectual de Aby Warburg fue, literariamente, un muy personal exponente italiano del ensayo, la “saggistica”, una manera de escribir que en la península itálica ha logrado conservar una influencia fuera de lo común, sin perder autonomía, belleza y capacidad de iluminar el conocimiento frente a las pretensiones monopolizadoras de investigación académica propiamente tal.
En una mezcla de ensayo literario y filosófico, Calasso, siempre desde una mirada muy personal y a la vez tan cuidadosamente urdida en los textos mismos, traza en Los cuarenta y nueve escalones un soberbio mapa intelectual de Occidente que, en otros libros, completa y profundiza, sobre todo, en K, que, en lo personal, es la lectura más potente que se ha hecho en las últimas décadas sobre Franz Kafka, y en el espectacular La folie de Baudelaire, pero que también despliega con elegancia insuperable en El rosa Tiépolo.
Con todo, la preocupación intelectual que prevaleció en Calasso podría resumirse, muy con la brocha gorda, en la pregunta por el sentido de la religiosidad que nos domina. ¿En dónde está dios, los dioses, en las sociedades contemporáneas, en nuestra alma encarnada en este siglo? ¿Cuál es la naturaleza de nuestro vínculo con lo numinoso? ¿Qué añadió y quitó el cristianismo, que parece habernos abandonado en cierta orfandad?
Las bodas de Cadmo y Harmonia no es un simple ensayo sobre los mitos griegos, sino que Calasso los vuelve a contar, retoma las historias míticas y las narra otra vez, porque, ante todo, eso es lo que las revitaliza. Esa vuelta a narrar está muy lejos de un resumen, por agudo y correcto que sea, de la mitología, como podemos encontrar algunos otros; Calasso lo escribe desde el paganismo, asume su punto de vista, entra en su corazón, sin perder la distancia moderna, la cual entra en el texto con reflexiones breves, perspicaces, puntos de enlace con nuestra cultura puestos allí sin cortar el hilo del mito.
La misma inmersión es la que intenta en Ka y El ardor con la religiosidad oriental. Calasso lleva a cabo en este ámbito una aproximación difícil de aquilatar, porque envuelve un salto mayor, no ya a los fundamentos históricos de nuestra propia cultura, sino hasta el núcleo espiritual de una gran religiosidad cuya riqueza magnífica crece más allá de esta. Calasso percibía con fuerza única la diferencia y contraste entre el Dios único con su único mito y los dioses, múltiples y pluriformes, con su multiplicidad de historias. En la médula de su pensamiento se puede atisbar su angustia por lo que el cristianismo trae a la cultura europea y por el vacío que va dejando al ir desmoronándose, la altísima y por entero excepcional exigencia que la figura de Cristo y su palabra solitaria involucra y la pérdida completa del sentido del rito y del sacrificio en que nuestra cultura yace hoy, pérdida que solo podemos vislumbrar en su grandeza cuando se realiza un camino —no solo teórico— de acercamiento a la cosmovisión pagana y a las fronteras del escepticismo.