La saga de Kenshin Himura, también conocido como Samurái X, ha sido una las más populares de Japón. Está basada en un manga de Nobuhiro Watsuki que entre 1996 y 1998 produjo 95 episodios de animación para la televisión, con sucesivas ampliaciones, hasta que en el 2012 el director Keishi Otomo, especialista en acción, inició una trilogía fílmica con actores vivos, que concluyó el 2014. La última parte se subtituló La leyenda termina.
Siete años después, Otomo ha regresado con una cuarta entrega, que se subtitula El final. Y al mismo tiempo se anuncia, para fines de este año, una quinta, cuyo sufijo es El comienzo. A lo mejor Otomo esté embarcado en alguna traducción filmográfica de la filosofía en torno a la circularidad del comienzo y el fin. O puede ser que le quiera sacar doble jugo a la popularidad de su héroe infinito, Kenshin Himura.
Como una extensión de la estética (¿o también filosofía?) del manga, los protagonistas de estas películas tienen aspecto adolescente, una juventud algo incongruente con sus extensos currículos de muertos, o quizá una juventud perpetua. Es parte de lo que Robin Wood llamó alguna vez “texto incoherente”, el tipo de relato cuya estructura se basa en el descalce de algunos o muchos de sus elementos.
La historia es una sucesión sin parar de venganzas y esfuerzos de redención, abrumadoramente más lo primero que lo segundo. La venganza pone la acción; la redención, la pausa.
Es 1879, el año 12 desde el final del shogunato en Japón y la restauración del imperio. El samurái Kenshin Himura (Takeru Satoh) ha dejado de luchar —su espada con el filo invertido lo simboliza—, después de un reguero de muertes entre las cuales la principal es la de su propia esposa, Tomoe, que también se había casado por venganza.
Después de 14 años de ese crimen, llega a Tokio el hermano de Tomoe, Enishi (Mackenyu Arata), que se ha convertido en un poderoso delincuente precisamente para preparar su venganza en contra de todo lo que rodea a Kenshin. Hay además una extensa y hasta ingeniosa red de asesinos —un hombre-bomba, un hombre-cañón, un hombre-cuchillo, entre otros—, y ejércitos de espadachines enmascarados o a cara descubierta, pero siempre uniformados.
Como la trilogía que la antecede, Samurái X: El final es, dentro del estructurado sistema de categorización del cine japonés, un chanbara, esto es, una película de espadachines (subgénero del jidai-geki, cine de época). Pero, como ocurre desde hace un par de décadas, el chanbara está cruzado por el wuxia, género chino de las artes marciales, que tuvo su apogeo en los años 70 y 80, solo que en Taiwán y Hong Kong, no en China continental. Chanbara más wuxia más manga. ¿Qué sale de esta mezcla? Una legión de muertos.
Rûroni Kenshin: Sai Shûshô - The Final
Dirección: Keishi Otomo.
Con: Takeru Satoh, Mackenyu Arata, Emki Takei, Kasumi Arimura, Ryosuke Miura, Yu Aoi. 138 minutos.
En Netflix