Fernanda Trías (1976) es la escritora, traductora y profesora de creación literaria uruguaya más prominente en la actualidad. Autora de las novelas
Cuaderno para un solo ojo,
La ciudad invencible y el libro de cuentos
No soñarás flores, sus títulos se han publicado en incontables países, traducido a los principales idiomas, y sus relatos han integrado numerosas antologías de la nueva narrativa latinoamericana. Trías ha obtenido becas de importantes entidades españolas y norteamericanas; ha ganado premios tanto en su país como en el extranjero; ha participado en diversos certámenes de carácter libresco. Además, ya es miembro frecuente de concursos para poetas y prosistas emergentes, mientras cabe destacar que sus títulos ya son lectura recurrente en colegios y universidades rioplatenses y sudamericanas. Fernanda Trías hoy vive en Bogotá y es escritora en residencia de la Universidad de los Andes.
Mugre rosa, su última ficción, que le valió un premio anticipado por parte de una importante casa editora hispana, cuenta la historia de una mujer joven, ya madura —bastante avanzada la trama sabremos que su nombre es Leonor—, de su insondable soledad, de la maternidad mal entendida, del hambre, del silencio. Mugre rosa atraviesa los géneros y se instala en un territorio único al borde del horror, pero sin sumergirnos en ese abismo: es un espacio desolador, devastado, yermo, donde no hay posibilidades de redención. Ríos contaminados, campos arrasados, hospitales colapsados, playas convertidas en basurales, sitios urbanos que son eriales y, en general, una naturaleza que es un cataclismo ecológico, conforman el escenario que Trías ha construido para un medio donde existen pocas o ninguna posibilidad de redención.
Lo más impresionante de Mugre rosa es el paralelo que Trías establece entre la plaga que sacude a su país y, obviamente, la pandemia global del coronavirus. Quizá por oportunismo, quizá porque así lo quiso, Trías retrata un entorno que podríamos denominar un hábitat no sustentable: la enfermedad, que atraviesa
Mugre roja desde la primera a la última página, es, más que una metáfora del presente, un recordatorio de la crisis de hoy, pues todo se hunde, se desmorona, se descompone en una marea ponzoñosa que amenaza con la muerte y únicamente quedan restos rojizos de peces descompuestos, el único alimento que se puede comer.
La acción de
Mugre roja transcurre en San Felipe, ciudad contigua a Montevideo, y Trías evoca un entorno geográfico y social que, como lo señalamos, se caracteriza por trazar un medio con la naturaleza aniquilada, y un conjunto de gente en el que reinan la incomunicación, el hastío absoluto, la incomprensión de los unos con los otros. De una manera palpable, en virtud del aliento poético de Trías,
Mugre roja se asemeja asombrosamente a dos escritores muy diferentes, si bien con claras semejanzas: Albert Camus y La peste, gran fábula en la que Orán es exterminada por una misteriosa plaga, y, por cierto, Juan Carlos Onetti, predecesor de Trías: la Santa María concebida por el gran maestro es extrañamente comparable con San Felipe. Y tanto en la producción de Onetti como en
Mugre roja (y a lo mejor también en otros ejemplares suyos que no nos han llegado) advertimos una mirada escéptica, atea, descreída, si bien profundamente humana, que es típica de la poesía, la prosa, el teatro y las artes de las naciones que limitan con el caudal de La Plata: se trata de una reflexión que puede resultar pesimista, aun cuando es, de un modo concreto, estimulante, perturbadora, melancólica, extraordinariamente singular.
Aun así, más que todo lo anterior,
Mugre roja es, más que un examen profundo acerca de la descomposición física y moral, un esfuerzo para entender y descifrar parte del inmenso dolor en los lazos humanos. Cabe destacar una curiosa meditación de Trías alrededor del desnudamiento generado por el morbo en los vínculos familiares, interpersonales o amorosos. En un peculiar pasaje de
Mugre roja, Trías especula acerca del inconcebible egocentrismo de la ciencia médica y sus representantes, quienes bautizan a los varios males o remedios con sus nombres: Down, Alzheimer, Kock, Saks, Jenner, Pasteur, etcétera. La preocupación de Trías surge a raíz de un actor fundamental de
Mugre roja, quien padece síndrome de Down y de cuyo cuidado está a cargo Leonor: las arcadas, los vómitos, el apetito insaciable de Marco y el rechazo que el infante sufre son exclusivamente percibidos por la heroína.
“El comienzo nunca es el comienzo. Lo que confundimos con el comienzo es solo el momento en que entendemos que las cosas han cambiado. Un día aparecieron los peces; ese fue un comienzo. Las playas amanecieron cubiertas de peces plateados, como una alfombra hecha de tapitas de botella o de fragmentos de vidrio. Brillaba, con destellos que herían los ojos. El ministerio mandó a los trabajadores de la basura a limpiar las playas. Los peces ni siquiera aleteaban, estaban tiesos desde hacía rato, incluso antes de que el agua los expulsara. Los hombres vinieron armados con palas y rastrillos, pero sin tapabocas. Durante todo el día fueron amontonados los pescados, palada tras palada, hasta formar pirámides resplandecientes sobre la arena. El sol aún brillaba en el cielo. Eso otro que habría de comenzar aún no había empezado. Las pirámides parecían espejismos, tiritando en la resolana de la tarde. Después llegó el ejército, envolvieron los pescados en grandes redes y subieron los costales a un camión. Se los llevaron. No dijeron adónde”.
Este fragmento de
Mugre roja, situado al promediar el argumento, ilustra lo que ya pasó y lo que vendrá. Es un enérgico anuncio, expresado en el personalísimo estilo de Trías, que nos trae a la mente que no hay comienzos ni finales, puesto que el curso que elegimos nunca cesa y siempre retornamos a los inicios.