Cuando aparezca esta columna, el Instituto de Chile habrá celebrado en una ceremonia sus actividades académicas del año, las realizadas y por realizar, y el académico y Premio Nacional de Ciencias Exactas Mario Hamuy, a cargo de la conferencia inaugural, nos habrá hecho levantar la mirada hacia el universo y hacia el futuro.
Durante el período de la presidencia corresponden tres celebraciones como esta. Solo la primera fue presencial; las dos últimas, solemnes ceremonias “en vivo”, pero transmitidas por vía telemática. Esta es la última de mi período de presidencia. En la primera, presencial, dije soñar con los muros de nuestro pequeño y digno Salón de Honor levantados hacia los cielos, abiertos al aire externo, con las nubes por techo como en un cuadro de Magritte. Pensaba en la apertura al medio social. Cuidado con lo que sueñas, porque podría cumplirse, es un dicho muy frecuente, un lugar común, en el idioma inglés.
El sueño se cumplió, a un costo inmenso. La pandemia nos costó la convivencia que teníamos, la puso en peligro y la sustituyó por otra muy distinta. La sensación de irrealidad nos persigue, y nos damos cuenta de cómo el contacto entre personas y el encuentro en lugares físicos compartidos son indispensables para sentirnos humanos… o al menos como los humanos de antes.
Pasamos a depender entonces de nuestra voluntad de seguir existiendo, relacionándonos y cumpliendo con nuestras tareas con los medios que tengamos a la mano. La voluntad de ser del Instituto de Chile se ha mantenido firme; su presencia pública y sus actividades internas también. No hemos bajado los brazos ante la adversidad, como tampoco la gran mayoría de nuestros compatriotas.
En la práctica, la convivencia de hoy es otra. Ciertas distancias desaparecieron, trayendo consigo beneficios enormes. Las regiones, por ejemplo, tienen ahora una presencia mucho mayor en las deliberaciones, al menos en las nuestras. Las reuniones, al no requerir desplazamiento físico, convocan al doble de personas y traen una diversidad bienvenida a los debates. El teletrabajo y las reuniones híbridas —presenciales pero además con participación efectiva vía telemática de algunas personas— parecen estar en el futuro próximo. Un cierto encierro antes existente se ha hecho imposible. Como lo recordó un académico hace años, somos el “Instituto de Chile”, subrayando que nos debemos a Chile, al de hoy, con todas sus complejidades y diversidades.
En un momento como este, en que el espíritu de Tánatos se dedica a dividir y enemistar a todos contra todos, también dentro de las agrupaciones de cualquier signo; a rebajar el nivel de la discusión y de la opinión pública, el Instituto de Chile ha querido preocuparse sobre todo de ser un espacio de discusión ponderada y fundamentada, de respeto mutuo y de trabajo entusiasta y abierto a las necesidades de la sociedad. Ojalá hayamos avanzado en ese camino.