Ha comenzado el reinado de Thomas Tuchel, el entrenador alemán que condujo al Chelsea como campeón de Europa. Era su segunda final consecutiva y consagra a los entrenadores germanos como los de mejor tendencia en los últimos años; antes que él, Jürgen Klopp y Hans-Dieter Flick se alzaron como vencedores en la exigente Champions League.
Su victoria reabrió el debate a nivel internacional al estimarse que el Chelsea se impuso, pese a no ser el favorito, con un esquema conservador que desestima el principal argumento de Josep Guardiola, su rival: la posesión de la pelota. En una conferencia de prensa audaz, a la que acudió tras besar la medalla del segundo lugar, Pep entregó dos conceptos polémicos. Uno, que el Manchester City pagó el noviciado, al ser esta su primera final, olvidando la inversión de 2.016 millones de euros que ha realizado en la última década el jeque Mansour Bin Zayed Al Nahyan para convertir a la escuadra en la más poderosa a nivel planetario.
Pero, a nivel futbolístico, el debate se centró en el alarde que hizo el catalán de haber jugado sin un mediocampista defensivo la final en Portugal. “Mátenme por eso”, exclamó Guardiola, dando a entender que buscaba revolucionar la concepción del juego y que, desde su perspectiva, un triunfo sin ese mediocentro de quite le habría abierto, otra vez, las puertas de una revolución futbolística. El Chelsea de Tuchel ganó, en la voz de los entendidos, porque no se consagró a un dogma, supo leer la evolución de los tiempos, hizo primar a un fútbol físico y lució a sus individualidades —sobre todo a Kanté—, que actuaron sin problemas ante el osado planteamiento del City.
Guardiola es una de las figuras más polémicas que ha entregado el siglo al mundo del fútbol. Supo abrazar el éxito apenas retirado en una escuadra que tenía raíces del estilo holandés, pero a la cual Pep dotó de una filosofía, resistida o admirada sin puntos medios. Su rivalidad con Mourinho no tendrá parangón y, por supuesto, supo encantar a una pléyade de admiradores tan fanáticos como sus detractores.
El fútbol de posesión supuso confrontar ideas, tácticas y, sobre todo, procedimientos, en un olimpo donde para competir no te gastas en formar, sino en adquirir —a punta de petrodólares— a los mejores intérpretes de tu música. Pero lo que más ofendió de Guardiola fue la creencia de que había un solo camino, que es precisamente lo que más marca el debate, ahora y siempre. Los líricos son aquellos que no se mueven un ápice de su ideario, casi siempre ofensivo. Los pragmáticos son capaces de modificar la fórmula pensando, casi siempre, en la mejor manera de neutralizar al adversario, lo que conlleva el mote de defensivo.
El valor de la final de la Champions es devolver el eje a una cuestión tan confrontacional como polémica. La derrota de Pep supuso que la artillería pesada disparara de nuevo contra el dogma que más irrita: el de la verdad única, que suelen levantar sus seguidores a partir de sus dichos. Paradójicamente, el triunfo de Tuchel desvaloriza, otra vez, la teoría del proceso. El alemán llegó hace pocos meses para acomodar un espacio en la historia con un plantel que ni siquiera armó.