“Tú vienes de afuera, no me vengas a decir lo que hay que hacer”, dice Gustavo Poyet que le dice Juan Serrano, el juez de línea del partido entre la UC y la Unión Española. Para el uruguayo, la frase, supuestamente dirigida a su hijo Diego, es una falta grave que amerita una denuncia, a título personal, por discriminación. La iracunda reacción del DT y la amenaza de formalizar el hecho lo convierten en uno de los episodios más controvertidos de la jornada, y ameritan una investigación a fondo.
De acuerdo a lo que se aprecia en las imágenes televisivas y a los atropellados dichos de Poyet tras el partido, su hijo Diego le habría gritado a Serrano “nos comemos los mocos, nos comemos los mocos”.
El uruguayo confía en que los micrófonos ambientales hayan captado los dichos de su primogénito, lo que por estos tiempos se dificulta por las mascarillas. Enfatiza además que Diego recalca el “Nos”. Y agrega que la discriminación se produce porque el hombre de la banderola no entiende el significado de la frase: “Si sabe un poquito de español, no sé si en Chile se habla español, pero él quería expulsar a alguien”.
Adelantándome a la investigación que debería llevarse a cabo si la denuncia por xenofobia es presentada en contra del juez de línea, he consultado a rioplatenses y a sitios de dichos populares para saber qué significa el grito aquel, que desconocía pese a que mi español es bastante fluido. “Comerse los mocos” tiene tres acepciones:
1. Expresión que indica haber cometido un error grave, una estupidez. Haber pecado de torpeza o ingenuidad. (Gritado porque la UC cometió demasiados pecados absurdos en Santa Laura, supongo).
2. Acto de cobardía, falta de coraje, no animarse a realizar algo. (La notoria timidez ofensiva del cuadro ante Unión, sospecho).
3. No conseguir lo que uno quería o se había propuesto. Fracasar o quedarse con las ganas de algo. (La “semana negra” a la que aludió Poyet por los resultados, el nivel de juego y los contagios de covid-19).
En suma, Juan Serrano, el guardalíneas, escuchó el grito y lo interpretó literalmente, al no conocer el real significado de tan antihigiénica expresión. Es grosera, invoca un acto reprochable y, por supuesto, sugiere un mal hábito, una costumbre asquerosa. Se acerca demasiado a un insulto. No puedo culparlo, porque hasta hace pocos minutos, tampoco utilizaba o entendía el acervo en cuestión. Tampoco creo que lo incorpore a mi léxico, por más abierto que esté a nuevas acepciones y uruguayismos.
Todo fue, en mi criterio, una exageración. La desesperación del juez que corre justo a veinte centímetros de esa infinita y enervante caja de resonancia en que se han convertido las bancas y la terminología futbolera foránea (venezolana, argentina, uruguaya, española, colombiana) que nos inunda produjo este enorme malentendido.
Esto, Usía, no es xenofobia, discriminación ni furia. Es simplemente buscarle el cuesco a la breva, la quinta pata al gato, hacerse el Larry. Si es que entiende mi español, claro.