Tres espinas se clavaron en el corazón de la centroizquierda y la derecha, aparte de sus malos resultados.
La primera duele especialmente. En todo el mundo, el comunismo está de baja; incluso, los partidos que llevaban ese nombre se lo cambiaron, avergonzados, tras la caída del Muro y la publicación del Libro Negro del Comunismo, donde historiadores de izquierda mostraron los millones de muertos que costó su proyecto. Pero Chile es distinto. Aquí goza de tan buena salud que los parlamentarios de derecha apoyan entusiasmados medidas propuestas por el PC y el FA (desde mucho antes de los retiros del 10%); incluso, se sacan fotos sonrientes con Camila Vallejo al conseguir su aprobación. Después se extrañan de que sus antiguos electores no teman votar por candidatos comunistas.
Además, su figura principal, Daniel Jadue, tiene la billetera municipal en la mano: puede gastar lo que quiere; endeudar al municipio de manera infinita, y asegurar el amor de sus electores por largo tiempo. Ahora sucederá lo mismo en Santiago. En todo caso, me temo que, ante la sensibilidad actual, las campañas basadas en el miedo al comunismo tendrán pocas posibilidades de éxito (recuerdo la propaganda con fotomontajes de tanques rusos frente a La Moneda en 1970).
La segunda espina es el fortalecimiento del Frente Amplio, versión chilena del Podemos español. En Madrid acaban de barrerlo; sin embargo, en Chile —aunque pasó por graves crisis el último año— ha salido fortalecido. Aquí, la elección clave era Valparaíso, donde se podía derrotar a Sharp, su niño símbolo, y mostrar que el FA es vulnerable. Era un objetivo común a la centroizquierda y a la derecha, pero cada uno fue por su lado y jugó cartas que no podían ganarle. De Viña ni hablemos.
La tercera espina fue la gran sorpresa para la centroizquierda y la derecha: la exitosa irrupción de la Lista del Pueblo. “¿Quiénes son esos?”, fue para muchos la gran pregunta del domingo en la noche.
Siempre se dijo que el movimiento del 18 de octubre era inarticulado. Esto cambió. Con inteligencia, audacia y un uso genial de las redes sociales, ese fenómeno ha tomado forma más orgánica en esta elección. La respuesta a la pregunta por “quiénes son” está en su propia página web: son la gente del 18-O. ¿Qué significa eso? Lo que uno diga depende de las imágenes que vengan a su mente cuando piensa en esa fecha.
Lo que tenemos enfrente no es una nueva Unidad Popular, sino un fenómeno mucho más complejo. No se trata simplemente de aquel marxismo leninismo que reivindica Vallejo; este es solo uno de los elementos en juego. A él se superpone el localismo, el anarquismo y una suma de políticas identitarias, sin una propuesta sobre el bien común. Estos grupos que han mirado con desconfianza a la democracia representativa, se encuentran ahora metidos en el sistema, lo que puede influir en sus lógicas. Además, varios de los elegidos en ese conglomerado simplemente se preocupan de ciertas demandas locales legítimas, que han sido desatendidas por las cúpulas santiaguinas y por unas centroizquierdas y derechas locales que son simples máquinas de poder. No todo es tan tremendo.
En suma, lo que hoy vemos es también posmodernidad, subjetividades variopintas y una gelatina inasible que requiere un esfuerzo para explicarla. Aquí, los intelectuales pueden prestar gran ayuda a los políticos, aunque ellos posean la última palabra.
Los retos que se presentan a la centroizquierda y a la derecha son enormes. Tienen lugar en tres instancias. El proceso constituyente comienza mal, por el peso que hoy tienen en él quienes se negaron a suscribir el acuerdo constitucional de noviembre pasado. En un momento pensaron en “rodear” la Convención, ahora están en ella. En todo caso, no pueden hacer lo que quieren, porque existe un plebiscito de salida con voto obligatorio.
La elección presidencial se presenta ahora con nuevos ojos. La derecha parte en desventaja. Pero esto es política y el futuro no está escrito: si consigue una primaria pacífica y todos se ponen a trabajar, puede dar la gran sorpresa.
En la misma línea va la próxima elección parlamentaria, donde la unidad es más importante que nunca. Aquí las cosas se dificultan, porque la experiencia de estos años muestra que el simple hecho de poner rostros atractivos que no corresponden a ninguna de las almas que componen la derecha y ni siquiera interpretan las necesidades locales puede resultar muy caro. Esto también vale para la centroizquierda.
Hay, además, dos datos absolutamente relevantes. Más que el PC, el FA, los independientes o los antisistema, el gran protagonista del pasado domingo fue principalmente la altísima abstención. De esos chilenos sabemos poco, salvo que en su gran mayoría no pertenecen a la izquierda dura. Ganará el que logre movilizarlos.
Finalmente, no olvidemos que la derecha cuenta con un aliado poderoso para las presidenciales y parlamentarias, que otras veces la ha ayudado a dejar de lado sus pequeñeces, arrogancias, narcisismo y miopía: se llama miedo.
Ahora bien, el miedo es un compañero peligroso: permite sobrevivir en una emergencia, pero no ayuda a vivir de modo permanente, y a veces incluso paraliza. En todo caso, es mal consejero para una Convención Constitucional que requerirá ideas claras y capacidad negociadora. Se necesitará mucha política.