Los políticos son interesantes de analizar. Se les presume profesionales en su importante actividad, y conectados con la realidad y la vertiginosa modernidad.
Hay razones para sostener lo contrario. Dan la impresión de estar desconectados. A pesar del tiempo que dedican, y los medios disponibles para informarse, en su mayoría, no escuchan, no ven, ni leen; a lo menos, no registran lo leído o escuchado.
Se pensaba que los políticos tradicionales, aun por sobrevivencia, asumirían los cambios para hacer campañas. Las nuevas condiciones eran predecibles, desde hace meses. Era evidente que la pandemia impediría actos masivos, proclamaciones tradicionales, manifestaciones multitudinarias de apoyo.
Por razones de aforo y contagio, estaban limitadas las visitas presenciales a los hogares de los electores, los puerta a puerta. Por temor a contaminarse y por la crispación prevaleciente, hasta los volantes y panfletos entregados en caminos y calles eran resistidos. Muchos conductores preferían mantener cerrados los vidrios de sus vehículos, y los moradores, cerradas sus puertas.
A la agrupación de políticos se le denomina partidos o movimientos. Esa es otra tragedia, para otra columna. Sin ellos no hay institucionalidad posible y no asumen esa enorme responsabilidad. Estos colectivos tampoco captan las oportunidades que ofrece la modernidad, en especial, que es posible acoger y confluir la diversidad de intereses de sus partidarios. Antes están los personalismos de sus dirigentes, sus ansias de poder, y la maquinaria partidista.
De alguna manera, la mayoría de votantes son parecidos a muchos políticos. Acosados por las redes sociales, lectores de la prensa, ávidos seguidores de programas de radio y de televisión, con una información disponible sin precedente, a través de millones de teléfonos celulares, radios y televisores, no parecen absorber lo que leen y escuchan; reclaman, se quejan, condenan, protestan, y cuando les corresponde influir con su voto, no votan.
Más de la mitad se abstuvo en las recientes elecciones, decisivas para la Constitución y gestión de los gobiernos regionales y comunales.
La gran mayoría, en un día de feriado irrenunciable, aunque interesados en los resultados, prefirió descansar y no concurrir a las urnas. Pocos manifestaron suficientemente el reconocimiento que merece el esfuerzo y compromiso del Servicio Electoral, fuerzas armadas y de orden, vocales de mesa, que permitieron llevar adelante y garantizar la votación. El futuro seguirá siendo indescifrable mientras la mayoría de políticos y electores no asuman debidamente sus responsabilidades.