Durante algunas semanas, en diferentes espacios de prensa, han figurado comentarios acerca de las posiciones de izquierda que vienen adoptando parlamentarios y dirigentes de la Democracia Cristiana. Sorprende que el hecho se destaque. No debiera ser tanto, por cuanto es una conducta que hemos observado desde hace bastante tiempo. Tampoco es una novedad histórica. Hace más de 50 años que experimentó un fraccionamiento de magnitud en este sentido, cristalizado precisamente en mayo de 1969, cuando transcurría el quinto año del gobierno de Eduardo Frei Montalva, ilustre militante de la colectividad que se rememora públicamente de vez en cuando entre camaradas, para vestir al partido con sus blasones.
En la fecha mencionada eclosionaron corrientes partidarias internas contrarias a la conducción gubernamental u “oficialista”: eran los “rebeldes” y “terceristas”. Reclamaban lentitud en la materialización de las grandes y difíciles reformas que contenía el programa que encabezaba el mandatario, sin considerar la oposición a las mismas que surgía de izquierdas y derechas. Pero en verdad la disconformidad era más profunda, a saber, no compartían la sintonía ideológica del partido teniendo a la vista las elecciones presidenciales del año siguiente.
Recordemos que por entonces la utopía marxista vivía sus “años dorados” en el mundo. En América Latina, por su parte, campeaba el diálogo cristiano-marxista, la revolución era una monserga cotidiana, figurando subrayada en textos de intelectuales o académicos. Las izquierdas venían en alza —entusiasmadas, además, con el resultado electoral de las elecciones parlamentarias pasadas— y ofrecían profundizar las reformas sin considerar el costo que pudieran significar, algo corriente en ellas. A su vez, la derecha se había reorganizado y recuperado buena parte de su votación y el clima político devino polarizado.
En este contexto se realizó la Junta Nacional DC en mayo de 1969 para resolver la pugna interna. Frei, que rechazó siempre las soluciones socialistas y marxistas, previamente declaró: “es fundamental que estemos unidos y definidos… lo peor es permanecer en una (estado)… en que no se sabe para dónde vamos, qué queremos ni en qué creemos. No reneguemos de nuestro propio ser”. Dos propuestas se votaron en la Junta: 1) la unión de todos los partidos populares con candidato presidencial único (rebeldes) y 2) un candidato propio proclamado en julio (oficialismo). Fue aprobado esto último. Acto seguido, un grupo de senadores, diputados y dirigentes abandonaron la tienda, no obstante existir coincidencias en la fundamentación de ambos votos. Formaron el Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU), se unieron a la izquierda e integraron la Unidad Popular; corriendo 1971, adherían al marxismo. Renegaron del ser DC, por lo demás fundado en el humanismo cristiano.
Hoy se puede apreciar cierta similitud: en la DC no palpita ese humanismo, siendo el “ser” fundante y sustento intelectual de prohombres con que suele presumir la Democracia Cristiana: el mismo Frei y Patricio Aylwin. Pero sus líderes ahora sabrán: ¿A dónde van, qué quieren, en qué creen?