Nadie pudo imaginar que la pandemia sería tan larga y que cobraría tantas víctimas. Desde que los primeros casos comenzaron a llegar a Europa, los organismos sanitarios y los gobiernos pensaron que los efectos del Covid 19 durarían algunos meses antes que las vacunas amortiguaran las cifras a nivel planetario. Pero estábamos profundamente equivocados.
Se hicieron todos los esfuerzos para reanudar campeonatos u organizar competencias masivas, siempre prescindiendo del público y de la aglomeraciones. La “nueva normalidad” permitió consagrar campeones, condenar equipos y, sobre todo, mantener viva la llama del deporte que, por primera vez en su historia, debía prescindir del aliento desde las gradas.
Se pudo, aunque aún persistan dudas en torno a los Juegos Olímpicos de Japón y de la Copa América, dos competencias que aún no pueden confirmarse cabalmente debido a la complejidad de su operación. Si Tokio 2021 finalmente se inaugura, podría considerarse como el festejo planetario tras derrotar una de las pestes más grandes vividas por la humanidad. Sería una suerte de homenaje a todos los esfuerzos realizados por los servicios de salud del mundo y el triunfo definitivo de la ciencia sobre el virus. Si es que se hacen, reitero.
Que las competencias futbolísticas sudamericanas sobrevivan es casi un milagro, entendiendo la complejidad del continente y las dificultades para llevar adelante el proceso de inoculación en varias naciones. Los organizadores han sido rigurosos para aplicar los protocolos, y, hasta ahora, resultan. Lo que no estaba en los cálculos era el brote de violencia en Colombia, otro país que estalló socialmente debido a las inequidades, la pobreza y la irresponsabilidad del Gobierno y la clase política. Las protestas han puesto en jaque los partidos y la Conmebol optó por modificar las localías para preservar el certamen.
Esa lógica obligaría a suspender la Copa América, pero desde Asunción se han negado tratando de salvaguardar los ingresos y una actividad que se ha visto golpeada, como otras, por la catástrofe económica. ¿Está Chile en condiciones de acoger el torneo si Colombia desiste o es despojada? Pareciera que sí, aunque habría que argumentar mucho para encontrar la conveniencia de hacerlo. Es muy poco lo que se gana y mucho lo que se puede perder, sobre todo porque estamos lejos de recibir espectadores en las tribunas.
En ese escenario, Lasarte debe ratificar su decisión de jugar la Copa América con un equipo joven dando descanso a la “generación dorada” para privilegiar las clasificatorias, en una paradoja que siempre genera polémica. La Conmebol y Chile, deberían enfocarse en la lucha por llegar a Qatar, aunque las tentaciones arrecien. Es una definición que hay que tomar pronto.