El inicio de la temporada 2021 del fútbol chileno ha mostrado cierta tendencia preocupante desde el punto de vista del desarrollo de las propuestas técnicas. Ello porque si bien ha habido ciertas apuestas interesantes —como la de Juan José Luvera, quien le ha dado sazón a Huachipato—, lo común ha sido la falta de capacidad para imponer ideas. De hecho, está claro que las figuras individuales han superado con largueza las capacidades colectivas y los idearios.
El caso de Universidad de Chile es emblemático. Desde la reaparición de Joaquín Larrivey en las nóminas titulares, la U ha podido resolver el confuso e inconsistente tramado que el DT Rafael Dudamel ha propuesto desde que llegó a la banca azul. Es cierto que el entrenador venezolano tuvo la capacidad para darse cuenta de que era ilógico tener a Larrivey en un plano secundario aun contando con el resurgimiento de Angelo Henríquez (que fue su apuesta). Pero, de todas maneras, no debe olvidarse que ni con ello ha logrado mejorar el funcionamiento colectivo. La U suma puntos hoy solo en la medida en que su goleador sigue intratable como gran definidor.
El caso de la UC no es igual, pero sí tiene algunos elementos comunes. El DT Gustavo Poyet ha privilegiado, por ahora, la variación de nombres, denunciando una búsqueda frenética por conseguir las mejores piezas de un rompecabezas aún confuso, por lo que toda mejora o potenciación eventual se ha basado en la capacidad de algunos hombres para romper esquemas. El retorno de Edson Puch, por ejemplo, ha sido providencial en tal sentido. Mientras la Católica de Poyet sigue teniendo un peso colectivo poco óptimo, la sola presencia del iquiqueño le ha dado al tricampeón una categoría distinta a tal punto que pareciera —erróneamente— que es el esquema el que ha tenido avances.
Ni hablar de lo que acontece en Colo Colo. A pesar de que existe una evidente mejoría en la expresión en la cancha de la propuesta de Gustavo Quinteros (incluso perdiendo o jugando con juveniles ha sido posible identificar la mano del DT), sigue dependiendo en exceso de las capacidades individuales. Leonardo Gil se ha convertido no solo en el gran organizador, sino que en el verdadero farol de la luminosidad futbolística de los albos. Si él toma el control del juego y de la intensidad, Colo Colo se potencia como fuerza colectiva. Pero si Gil entrega la batuta, se pierde y se integra más como una pieza del engranaje, todo el equipo sufre las consecuencias. No hay, por el momento, un plan B diseñado y bien asumido colectivamente para suplir el liderazgo de Gil. Por eso los albos suben y bajan…
Todo esto se evidenció más en las fallidas incursiones de los entrenadores Jorge Pellicer en Unión Española y de Ronald Fuentes en Santiago Wanderers, ambos fuera de sus cargos.
Si bien Fuentes, a diferencia de Pellicer, dio muestras de cuál era su idea futbolística central, ambos terminaron aferrados a las capacidades de sus figuras más emblemáticas. O al menos, definidoras. Pero ni Palacios en los rojos, ni Medel en Santiago Wanderers, fueron factores lo suficientemente fuertes como para disimular las ineficientes construcciones colectivas de sus equipos.
Claro, se dirá que los rendimientos individuales específicos son siempre factores definidores. Cierto. Pero solo en la medida en que ellos no sean los únicos elementos a los cuales se pueda echar mano como argumento para evaluar la potencialidad de un equipo.
Esto es fútbol.