Imagine un precipicio de 10 metros. Usted lo observa primero desde abajo y luego desde arriba. ¿Estima el cerebro humano la misma distancia vertical en ambos casos? Estudios muestran que no. A pesar de estar hablando del mismo trecho, el humano tiende a sobreestimar la altura desde la cima y subestimarla desde la base. ¿El origen del sesgo? Millones de años de evolución nos armaron con herramientas para evitar riesgos (Haselton et al, 2016). Sin embargo, para algunos el proceso ha avanzado en la dirección inversa.
Vale la pena reparar en los cambios que ha sufrido la política nacional. No mucho tiempo atrás, uno podía encontrar referentes, personas con convicciones, en ambos lados del espectro. Por supuesto, sus sesgos cognitivos —representaciones que sistemáticamente distorsionan aspectos de la realidad— e ideología se trenzaban, pero el respeto de contenido y forma estaba asegurado. En la actualidad, por el contrario, a duras penas se distingue el espectro y el deseo por figurar es más importante que una opinión consistente en el tiempo. Sí, esto es parte de un fenómeno global, pero Chile está ofreciendo un fructífero caldo de cultivo.
Para confirmarlo, basta sintonizar alguno de los muchos shows que ensamblan política, farándula y (supuestamente) información. La combinación es hipnotizante, particularmente cuando el hábil político invitado sabe usufructuar de otros dos tipos de debilidades humanas. La primera es propia y es el deseo de transformarse, al menos para un grupo, en un referente con una visión “fidedigna” de la realidad. La segunda es colectiva y es el natural deseo humano por confirmar dogmas y opiniones aun cuando no sean bien fundados. Versiones del equilibrio de este menjunje han sido estudiadas: quien “vende” una idea tiene los incentivos para distorsionar la realidad, no por ser irracional, sino porque desea construir reputación a partir de las creencias de sus “consumidores” (Gentzkow y Shapiro, 2006). Esto, a su vez, refuerza las posiciones de ese público y aumenta la demanda por la visión “fidedigna” del político. El proceso multiplica las vueltas de carnero y mata las convicciones.
¿Cómo se corta el riesgoso circuito? Con mayor competencia. Un nuevo candidato a político podría desenmascarar el embuste con datos que confirmen que la realidad es otra. Pero para esto debe poder competir oportuna y eficientemente por el cupo del fulero incumbente. Por lo mismo, mientras mayor sea el tiempo en que este último opere, más difícil será revertir el daño y menores los incentivos de ingresar a la política de quienes puedan cambiar el equilibrio de mercado (y mayor la proliferación de otros embusteros).
En el 2021, una serie de elecciones determinarán el rumbo de Chile. Si los llamados a echarse el equipo al hombro desafían el sentido común y declaran desde el borde que el precipicio se ve “bajito”, será necesario encender las alarmas. Será una señal de que la competencia falló, de que la evolución del país irá probablemente en sentido contrario.