Señor Director:

Hace ya casi un año mataron, de un balazo en la cabeza y por encargo, al hermano chico de mi mamá. Suena crudo, de película, pero es real. Pasó en Chile, en la puerta de su casa, a plena luz del día un lunes cualquiera. El dueño del terreno vecino al que mi tío tenía —como inversión para su vejez— en Quilpué, decidió pagarle a un sicario y asesinarlo. Días antes había presentado una denuncia por problemas de deslinde.

Desde ese lunes todo cambió. Personalmente, cada mañana proceso lo que pasó y reafirmo que es real. Me ha costado... Y así como yo tengo que hacer ese ejercicio, cada uno de mis hermanos, mis papás, tíos, primos y principalmente mis primas y tía, a quienes admiro profundamente, han visto de una u otra manera su vida cambiar.

Y mi cabeza trata de entender el porqué. Lamentablemente, nunca lo sabré. La justicia se encargará de analizar los hechos y condenar, pero no de comprender cómo o por qué alguien se siente con el derecho de terminar la vida de una persona.

Hoy, a exactos 11 meses de ese 18 de mayo, sumo a la tristeza otro sentimiento: la rabia... Debo ver cómo, además de tener que lidiar con la pérdida de su papá y marido, mis primas y tía han tenido que ver el robo o “toma”, ante los ojos de todos, de su terreno en Quilpué. ¿Qué nos pasa en Chile? ¿Dónde están el Estado, la justicia y las autoridades que siguen sin protegerlas?

En este difícil año en que hemos perdido tanto, espero no tener también que perder la confianza en las autoridades e instituciones, en las cuales mi propio tío eligió confiar.

Constanza Elissetche Correa