No cabe duda de que David Bowie (1947-2016) es el músico de rock con mayores repercusiones, tanto en Inglaterra como en los Estados Unidos y en el resto del mundo. Cantante dotado de una voz prodigiosa, Bowie, quien fue también objeto de centenares de conversatorios con gente ilustre, será recordado como el astro de rock más importante en la segunda mitad del siglo XX.
El club de lectura de David Bowie, una extraordinaria recopilación del estudioso y periodista John O'Connell, es desde todo punto de vista un libro excepcional. Subtitulado “Una invitación a la lectura a través de los 100 libros que cambiaron la vida del mito”, nos sumerge en el centenar de obras que influyeron en la existencia y en todo cuanto hacia Bowie.
El catálogo es abrumador: Albert Camus, Dante, Flaubert, Homero, F. Scott Fitzgerald, Lampedusa, Koestler, Truman Capote, o R. D. Laing, son ejemplos de una trayectoria en que la lectura nunca estuvo ausente, sino que formó parte del genio que fue David Bowie. Por cierto, son poquísimos los que desconocen las letras de sus baladas o su figura metamórfica, plástica, decididamente ambigua (aunque no era gay se teñía el pelo, las cejas, la barba y experimentaba con su cuerpo lo mismo que podría haber hecho un contorsionista). Creador del glam, su carrera evolucionó hasta dejar lejos la fase pueril-adolescente y se encumbró a alturas que ninguno de sus contemporáneos alcanzó. Así, Bowie se convirtió, sin quererlo y detestándolo, en un mito. Esto es, por cierto, muy relativo, porque
El Club de lectura… da cuenta de la obsesión de David Bowie con la fama, la publicidad y el dar entrevista a cualquiera que se lo pidiera. También, esto es sumamente arbitrario: como se sabe, Bowie sufrió un severo episodio de síndrome de privación de cocaína, depresiones agudas, brotes esquizofrénicos (su hermano Terry terminó sus días en una clínica psiquiátrica y numerosos parientes de Bowie padecieron severas afecciones mentales). No hay ninguna constancia de que David haya sido chalado; no obstante, su comportamiento, en particular durante la fase inicial de su trayectoria, mostró señales evidentes de exhibicionismo y manifestaciones histéricas. Bowie era totalmente consciente de todo esto, a pesar de lo cual usaba sus máscaras, a sabiendas del efecto que iban a producir, siempre efervescentes, histeroides, por momentos extáticas.
El Club de lectura… es un triunfo de la imaginación, la astucia, el gusto, el tino y los buenos modales, así como una educación privilegiada. El volumen está confeccionado mediante dibujos, cómics, fotos y la mayor sorpresa de todas, al concluir cada resumen o análisis de libro, por cierto, muy erudito, muy cómico, muy accesible de O'Connell, tenemos un comentario que nos anima a leer otro, al compás de una canción de David Bowie. Por ejemplo, tras reseñar con brillo
Madame Bovary, se nos sugiere escuchar “Life on mars”, mientras lo devoramos y por eso también nos llega
La educación sentimental del citado Flaubert; si nos atrevemos con
La Ilíada de Homero, se nos insinúa
La canción de Aquiles, de Madeline Miller; por último, si abrigamos la osadía de tratar de entender
La tierra baldía, de T. S. Eliot, O'Connell (¿o el mismo Bowie?) nos incita a conocer Los hombres huecos, de Eliot.
Con todo,
El Club de lectura… es mucho más que lo antes dicho. Bowie, si desconocemos su personalidad carismática y su fuerte dosis de exhibicionismo (voy a ser el artista más grande del planeta tierra, dijo una vez), era fundamentalmente inseguro, inestable, un si es no es desequilibrado. A la obra que comentamos, siendo en su casi totalidad solidaria, empática, afectuosa con David Bowie, le resulta difícil y por momentos imposible, ignorar las facetas oscuras y sombrías del genio. Bowie era, en su exterior, encantador, magnético, incluso hechizante, y no cabe la más mínima duda que le fascinaba salir en público, ser filmado, llegar a ser un “influencer”, o dar entrevistas a periódicos alternativos o bien, a la prensa seria.
Las letras de sus composiciones, son harina de otro costal. Está el Bowie del comienzo, con el rock idiota, el de su etapa berlinesa con Iggy Popp, que dejó una huella indeleble en sus melodías (más adelante, se pelearía con Iggy Popp o ambos se separarían por causa de la indiferencia: esta es una constante en las relaciones interpersonales de Bowie. Si exceptuamos a su mujer Iman, no tuvo buenos vínculos con nadie). Como lo dijimos, las letras de Bowie son excepcionalísimas y también como lo señalamos están en gran medida inspiradas en gigantes de la talla de Flaubert, Orwell, Truman Capote, Mijaíl Bulgákov, R. D. Laing, Oscar Wilde, etc. Con seguridad, por no decir con absoluta certeza, ningún artista contemporáneo, ni mucho menos un cantante de rock, posee el bagaje cultural, intelectual y político de David Bowie.